La ilustre gens de los Marcios, supuestamente descendiente del cuarto rey de Roma Anco Marcio, proporcionó a la ciudad destacados magistrados a lo largo de todo el periodo republicano, entre los cuales cabría mencionar a Cayo Marcio Rútilo, dictador en el 356 a.C., o a Quinto Marcio, constructor del famoso acueducto denominado Aqua Martia en el 144 a.C.
Pero la figura más fascinante de esta notable familia es probablemente la de un personaje, a caballo entre la leyenda y la historia, que fue ya en la Antigüedad mencionado por historiadores como Tito Livio o Dionisio de Halicarnaso, y a quien el mismísimo Plutarco dedicó una de sus biografías o vidas paralelas (junto a la del ateniense Alcibíades). Nos referimos al general Cayo Marcio, más conocido por la posteridad como "Coriolano", pues este fue el cognomen que se le concedió tras su valerosa conquista de la ciudad volsca de Corioles (actual Corioli).
Pero la fascinación por el personaje en cuestión no se limitó al género de los historiadores de la Antigüedad grecorromana, sino que muchos siglos después, dos geniales artistas de la talla de William Shakespeare y Ludwig van Beethoven le dedicaron sendas obras. El primero escribió su tragedia "Coriolanus" entre 1607 y 1608, basándose fundamentalmente en la mencionada biografía de Plutarco. Por su parte, Beethoven compuso unos doscientos años más tarde su famosa obertura "Coriolano", op. 62., no inspirándose específicamente en el drama shakespeariano, sino como introducción musical a una tragedia del dramaturgo alemán Heinrich Joseph von Collin, estrenada pocos años antes.
Para comprender la legendaria figura de Cayo Marcio Coriolano, tenemos que situarnos en el contexto histórico de los albores del siglo V a.C. en el ámbito de los conflictos que tuvieron lugar entre varios pueblos vecinos por el dominio del Lacio antiguo, y como resultado de los cuales Roma se convertiría en la potencia hegemónica de la región, germen de su futura expansión primero por la península itálica y luego por todo el orbe conocido. Se trata de una época crítica para Roma, pues los conflictos internos y externos amenazan con devastar la aún débil e incipiente república romana, todavía convaleciente de la reciente expulsión del último de los reyes del periodo monárquico -Tarquino el Soberbio- en el 509 a.C.
Por un lado, la amenaza de los belicosos pueblos del Lacio: latinos, volscos, ecuos, sabinos,..., hace necesario un esfuerzo bélico enorme para la joven república romana. Por otro lado, el que habría de ser secular conflicto político entre patricios y plebeyos toma forma ahora, fundamentalmente a partir de la defección de los plebeyos y su retirada al Monte Sacro en el 494 a.C. Fue entonces cuando el cónsul Menenio Agripa se dirigió a la plebe y les describió su célebre comparación entre el cuerpo humano y la sociedad, en la que cada parte cumple su función para contribuir al bien común. A raíz de este conflicto, se instituyó por vez primera la magistratura del tribunado de la plebe y la institución del Concilium plebis.
Shakespeare transcribe el mencionado discurso al comienzo de su drama (Acto I), en el transcurso de un diálogo entre Menenio y varios ciudadanos plebeyos:
MENENIO: Aconteció una vez
que todos los miembros del cuerpo se rebelaron
contra el estómago; su acusación
fue que este
permanecía así en medio del cuerpo
como un pozo, inactivo y de balde,
almacenando siempre la comida,
sin soportar nunca trabajo alguno
como los otros, mientras los demás instrumentos
veían, oían, discurrían, instruían,
caminaban, sentían
y, colaborando unos con otros, subvenían
a los apetitos e inclinaciones comunes
de todo el cuerpo. El estómago respondió [...]
[...] «Verdad es», dijo,
«incorporados amigos míos, que recibo
yo primero, el alimento todo
con que os sustentáis; y eso, es justo,
porque soy depósito y almacén
de todo el cuerpo. Mas si recordáis,
lo despacho
por los ríos de vuestra sangre hasta la corte
incluso, el corazón, y a la sede del cerebro;
y por intermedio de los pasillos
y oficinas del hombre, los nervios
más potentes
y las pequeñas venas inferiores
de mí reciben la suficiencia natural
con la que viven [...]
[...] Los senadores de Roma son el buen estómago;
vosotros sois los miembros revoltosos.
Examinad sus disposiciones y cuidados;
digerid rectamente las cosas que conciernen
al bienestar de los plebeyos y encontraréis
que no existe
ningún beneficio público que recibáis
que no proceda o venga de ellos
a vosotros;
de ningún modo de vosotros mismos.
Es, pues, en este crítico momento para el devenir de Roma, en el que aparece la singular figura de Cayo Marcio, cuyo carácter nos describe Plutarco perfectamente. Educado por su madre, pues había quedado huérfano de padre, había nacido Marcio para la pasión de la guerra, siendo la ira y la ambición dos de sus rasgos más característicos; por contra, era impasible respecto a los placeres, los trabajos o las riquezas.
En la guerra contra el vecino pueblo de los volscos emergió Cayo Marcio como brillante general, demostrando su fortaleza y su valor frente al general volsco Tulo Aufidio. La épica toma de la ciudad de Corioles le valió al joven general el sobrenombre de "Coriolano", por el que fue conocido a partir de entonces. Fruto de estos éxitos militares, Coriolano fue propuesto por los patricios como candidato al consulado, la más alta magistratura republicana, para lo cual debía obtener el voto también de la asamblea popular. Pero la plebe, instigada por los tribunos Junio Bruto y Sicinio Beluto, se opuso a su nombramiento, pues siempre había visto en Coriolano un enemigo del pueblo en virtud de su demostrada altivez y desprecio por los plebeyos.
Es entonces cuando se revela la personalidad irascible de Coriolano, pues comenta Plutarco que "no poseía ponderación y mansedumbre, cualidades esenciales para la virtud política y que sólo se comunican a la persona mediante la razón y la instrucción, y porque ignoraba que la arrogancia [...] es lo que sobre todo ha de rehuir el que se propone participar en los asuntos públicos y tratar con los hombres, que debe convertirse en amante de esa virtud de la que con frecuencia se burlan algunas personas, la paciencia."
Así lo refleja Shakespeare en la primera escena del Acto III:
CORIOLANO: Es cosa hecha adrede; un complot
para doblegar la voluntad de la nobleza.
Tolerad solo esto
y viviréis con los que ni pueden gobernar,
ni jamás ser gobernados.
BRUTO: No lo llaméis complot.
El pueblo grita que os habéis burlado de él,
y que hace poco, cuando se les dio
trigo gratis,
reclamasteis, y llenasteis de insultos
a los que intercedían por el pueblo, llamándolos
oportunistas, aduladores
y enemigos de la nobleza.
Ni siquiera sus colegas patricios consiguen contenerle, mas es su venerada madre Volumnia la que le apremia a moderar sus impulsos más primarios en aras de alcanzar sus ambiciosos fines políticos:
VOLUMNIA: Si es honor en la guerra fingir lo que no eres,
lo cual, para tus mejores fines, utilizas
como táctica,
¿por qué habrá de ser mejor o peor
que esta acompañe en la paz al honor
lo mismo que en la guerra,
puesto que en ambas es igualmente necesaria?
CORIOLANO: ¿Por qué me apremias así?
VOLUMNIA: Porque te incumbe ahoraPero la soberbia y la rabia impiden una vez más a Coriolano humillarse ante la asamblea popular que finalmente le condena al destierro, concluyendo el Acto III con el brutal desprecio del general hacia sus compatriotas:
hablarle a la gente, no de acuerdo con tu propia
convicción, ni según lo que te dictan
tus impulsos,
sino con palabras que tu lengua haya aprendido
de memoria,
aunque sean fingidas, y con sílabas
que no estén de acuerdo con tu criterio.
Esto, en lo absoluto, no es para ti
mayor deshonra que el tomar con buenas palabras
una plaza, lo que de otra manera te expondría
al azar de la fortuna y de la efusión
de sangre. Yo encubriría mi naturaleza
ahí donde
mi buena fortuna y mis amigos en peligro
pidieran que lo hiciera con honor.
Yo soy en esto tu esposa, tu hijo,
estos senadores, los nobles; y tú prefieres
mostrarles a los patanes vulgares cómo puedes
fruncir el ceño,
que ofrecerles una zalamería
para ganar su afecto
y defender lo que se arruinaría
por falta de ella.
BRUTO: Ya no hay más que decir,
sino que queda desterrado como enemigo
del pueblo y de su patria.
¡Así será!
PLEBEYOS: ¡Así será, así será!
CORIOLANO: ¡A vosotros,
jauría de perros callejeros cuyo aliento
aborrezco como las miasmas de los pantanos
más pestilentes; cuyo afecto estimo
como los esqueletos
de insepultos muertos que me corrompen
el aire! ¡Yo os destierro!
¡Y permaneced aquí con vuestra incertidumbre!
¡Que todo débil rumor estremezca
vuestros corazones! ¡Y que vuestros enemigos
con el meneo de sus penachos os avienten
a la desesperación! ¡Continuad
ejerciendo el poder
de desterrar a vuestros defensores,
hasta que a la larga vuestra ignorancia,
que no aprende hasta que no experimenta,
haciendo excepción solo de vosotros,
por siempre vuestros propios enemigos,
os entregue, cautivos vergonzantes,
a alguna nación que os haya conquistado
sin combatir siquiera!
Despreciando la ciudad por causa vuestra,
le vuelvo así la espalda.
¡Hay un mundo en cualquier parte!
Tras despedirse de su madre y de su mujer, Coriolano sólo concibe a partir de ese momento un único propósito: la venganza. Para consumarla, no duda en viajar hasta la ciudad de Ancio para ponerse en manos de su otrora más encarnizado enemigo, el general volsco Tulo Aufidio. Shakespeare se hace eco con ironía de la delgada línea que separa amistad de enemistad en un breve monólogo al comienzo del Acto IV:
CORIOLANO: ¡Oh, mundo, tus traicioneras mudanzas!
Los amigos que acaban de jurarse
amistad constante, y cuyos dos pechos
no parecen tener sino un solo corazón,
y cuyas horas, cuya cama, cuya comida
y ejercicio transcurren siempre juntos,
unidos como quien dice en amor
inseparable, en una hora,
y por una bagatela, estallan
en la más acerba enemistad.
Así también los más encarnizados
enemigos,
cuyos ímpetus y maquinaciones
han interrumpido su sueño para atraparse
el uno al otro, por algún azar,
una vil triquiñuela que no vale un comino,
se convierten en amigos queridos
y entrelazan sus designios. Lo mismo haré yo:
aborrezco el lugar donde nací
y pongo mi amor en esta ciudad enemiga.
Entraré: si me mata, hará justicia;
si me acepta, serviré a su país.
Aufidio lo acoge de buen grado y acepta compartir el mando del ejército en la guerra que se avecina contra Roma. Así, Coriolano, héroe de Roma, se convierte, por los azares del destino, en su más encarnizado enemigo y, ya como general volsco, conquista ciudad tras ciudad a sus ex-compatriotas, hasta presentarse amenazante ante las mismísima puertas de Roma.
Cunde el pánico entre los líderes romanos al conocer la temible amenaza que se cierne sobre la ciudad y deciden enviar a amigos como Menenio al campamento de Coroliano para tratar de aplacar su cólera y solicitarle clemencia. Pero Coroliano se muestra una y otra vez hosco con sus antiguos compatriotas y los despide a todos con desdén.
En la tercera escena del Acto V tiene lugar el momento culminante de todo el drama shakesperiano. Es entonces cuando su madre Volumnia y su esposa Virgilia deciden acudir al campamento de Coriolano para suplicarle por la salvación de Roma. Al contemplar Marcio la llegada de las mujeres más afectas a su corazón trata de mantener su aplomo y firmeza:
He aquí, pues, la desdicha de estas matronas inmortales de Roma, tal y como también lo relata Plutarco: "...pues no es posible pedir a los dioses al mismo tiempo la victoria para la patria y la salvación para ti, y las maldiciones que un enemigo que nos odie nos podría desear hallan su lugar en nuestras propias plegarias. Pues forzoso es para tu mujer y tus hijos quedar privados de ti o de la patria."
Sabiamente, Volumnia ofrece a Coriolano la vía de la reconciliación entre volscos y romanos, una paz que satisfaga a ambas partes y termine con los agravios entre ellas. Estrechando su mano, Coriolano cede finalmente ante las súplicas de su progenitora, aun sabiendo que con ello ha sellado también su propio destino:
Cunde el pánico entre los líderes romanos al conocer la temible amenaza que se cierne sobre la ciudad y deciden enviar a amigos como Menenio al campamento de Coroliano para tratar de aplacar su cólera y solicitarle clemencia. Pero Coroliano se muestra una y otra vez hosco con sus antiguos compatriotas y los despide a todos con desdén.
En la tercera escena del Acto V tiene lugar el momento culminante de todo el drama shakesperiano. Es entonces cuando su madre Volumnia y su esposa Virgilia deciden acudir al campamento de Coriolano para suplicarle por la salvación de Roma. Al contemplar Marcio la llegada de las mujeres más afectas a su corazón trata de mantener su aplomo y firmeza:
CORIOLANO: Mi esposa viene por delante; luego,Desgarradora es la súplica de Volumnia postrada a los pies de su añorado hijo:
el honorable molde
en el cual este tronco fue formado;
y de su mano el nieto de su sangre.
¡Mas fuera afecto! ¡Rompe todo lazo
y privilegio de natura! Deja
hoy que sea virtud ser obstinado.
¿Cuánto vale esa actitud suplicante?
¿O esos ojos de paloma que a los dioses
pueden volver perjuros? Me derrito
y no soy de barro más resistente que otros.
Mi madre se inclina, cual si el Olimpo
ante una colina suplicante se doblara;
y mi vástago trae una cara de intercesión
que la naturaleza poderosa
a gritos me ordena no desoír.
Que los volscos
aren Roma y devasten Italia:
no seré yo tan ganso que obedezca el instinto,
sino que me mantendré cual si un hombre fuera
el autor de sí mismo
y no conociera otros parientes.
VOLUMNIA: [...] Reflexiona contigo mismo
cuánto más infelices que todas las mujeres
vivientes hoy hemos venido aquí;
puesto que tu vista que debería
hacer que nuestros ojos
lloraran de júbilo, y nuestros corazones
bailaran de contento, nos constriñe
a llorar y a estremecernos de miedo
y de dolor, haciendo que la madre,
la esposa y el hijo, vean al hijo,
al esposo y al padre, desgarrando
las entrañas de su patria. Y para nosotros,
pobres, tu odio es funesto, pues nos impide
implorar a los dioses, lo cual es un alivio
del que todos disfrutan a excepción de nosotros;
porque ¿cómo podemos, ay, cómo podemos
por nuestra patria orar,
a la cual estamos ligados junto
con tu victoria, a la cual estamos ligados?
O deberemos, ay, perder la patria,
nuestra amada nodriza,
o perderte a ti, nuestro consuelo en la patria.
Debemos arrostraruna desgracia manifiesta, aunque se cumpla
nuestro deseo, y sea quien fuere
el que triunfe.
Porque o deberás tú como extranjero
ser conducido en cadenas
a través de nuestras calles, o de lo contrario,
desfilar triunfante sobre las ruinas
de tu patria y llevarte la palma
de haber valientemente derramado
la sangre de tu esposa y de tus hijos [...]
Poussin: Coriolano suplicado por su esposa y su madre |
Sabiamente, Volumnia ofrece a Coriolano la vía de la reconciliación entre volscos y romanos, una paz que satisfaga a ambas partes y termine con los agravios entre ellas. Estrechando su mano, Coriolano cede finalmente ante las súplicas de su progenitora, aun sabiendo que con ello ha sellado también su propio destino:
CORIOLANO:¡Oh, madre, madre! ¿Qué habéis hecho? Mirad, los cielos
se abren; los dioses miran abajo
y se ríen de esta escena antinatural.
¡Oh, madre mía, madre,
oh! Habéis conquistado para Roma
una feliz victoria; mas para vuestro hijo,
creedlo, oh, creedlo,
en forma demasiado peligrosa,
si no mortal de plano, habéis prevalecido [...]
Regresan así las mujeres a Roma, donde son aclamadas con vítores tras conocer que Coriolano ha levantado el campamento y retirado su ejército. En agradecimiento, el Senado decretó la construcción de un nuevo templo, un santuario dedicado a la Fortuna Femenina. Mientras, Coriolano regresa a Ancio junto a Tulo Aufidio, a dar explicaciones ante la asamblea de los volscos. Reunida ésta, la ira se apodera de Aufidio y de varios cabecillas que se sienten traicionados por el romano. Finalmente, le dan muerte con sus espadas. Y así concluye la tragedia de Cayo Marcio Coriolano, con el lamento postrero de su verdugo:
AUFIDIO: Se ha disipado
mi cólera, y estoy lleno de pena.
Levantadlo.
Que tres de los soldados principales ayuden.
Yo seré uno de ellos.
Bate tú el tambor con un toque fúnebre.
Llevad vuestras picas con las puntas hacia abajo.
Aunque en esta ciudad
dejó numerosas viudas y huérfanos
que hasta este momento lloran el daño,
guardaremos de él noble memoria.
Ayudad.
Coriolano representa, por tanto, el prototipo del héroe romántico por excelencia. Cual Aquiles el Pélida ante la pérdida de Patroclo, también a Coriolano le dominan las pasiones, la ira, la sed de venganza..., de una forma incontenible. Su imprudente bravura no está atada a nada ni a nadie, salvo a su propio destino. Mas ¿qué muro por impenetrable que este sea no puede ser derribado por las súplicas de una madre y de una esposa? No hay apenas lucha interior en Coriolano, pues es un hombre de extremos, de temperamento colérico pero sin doblez -justo al contrario que el ateniense Alcibíades, con quien le compara Plutarco en sus Vidas paralelas-. Es un guerrero nato sin visión política que "cuando camina, se mueve como una máquina y el suelo se encoge bajo su paso..." (Acto V, Escena IV). Aunque no es derrotado en el campo de batalla, termina claudicando ante la trágica visión de una madre que le implora y que apela a su devoción por los lazos familiares, incluso por encima de la debida a la patria que le vio nacer.
En Volumnia -mucho más sabia que su imprudente hijo- sí que se intuye una desgarradora lucha interior, entre el fervor patriótico y el amor de una madre por su hijo. Pero su temperamento logra, en cierta medida, dominar su amor maternal en aras al interés de un fin. Desea salvar a ambos, pero sabiendo que ello no es posible, elije salvaguardar la patria por encima de su vástago. En este sentido, es un personaje más maquiavélico y calculador, menos franco que el indómito Marcio, un ejemplo perfecto de las matronas romanas que fueron las guardianas del honor de la gens y del Estado en la antigua Roma, pues como bien expresa el perspicaz Menenio al tribuno Sicinio (Acto V, Escena IV): "Esta Volumnia vale una ciudad entera de cónsules, patricios, senadores; mar y tierra enteros de tribunos iguales a vosotros..."
Apasionado por la figura plenamente romántica de Coriolano, cuyos rasgos de fuerte individualismo y temperamento veía reflejados en él mismo, Beethoven compuso la obertura para la obra homónima de von Collin mediante una estructura musical en forma sonata -con tempo de "allegro con brio"- que presenta dos temas principales: el primero, en la tonalidad siempre tempestuosa de do menor (la misma de su 5ª sinfonía), representa el ímpetu y la bravura del personaje de Coriolano; el segundo, más lírico, en la tonalidad de mi bemol mayor, representa los ruegos suplicantes de su madre.
En Volumnia -mucho más sabia que su imprudente hijo- sí que se intuye una desgarradora lucha interior, entre el fervor patriótico y el amor de una madre por su hijo. Pero su temperamento logra, en cierta medida, dominar su amor maternal en aras al interés de un fin. Desea salvar a ambos, pero sabiendo que ello no es posible, elije salvaguardar la patria por encima de su vástago. En este sentido, es un personaje más maquiavélico y calculador, menos franco que el indómito Marcio, un ejemplo perfecto de las matronas romanas que fueron las guardianas del honor de la gens y del Estado en la antigua Roma, pues como bien expresa el perspicaz Menenio al tribuno Sicinio (Acto V, Escena IV): "Esta Volumnia vale una ciudad entera de cónsules, patricios, senadores; mar y tierra enteros de tribunos iguales a vosotros..."
Apasionado por la figura plenamente romántica de Coriolano, cuyos rasgos de fuerte individualismo y temperamento veía reflejados en él mismo, Beethoven compuso la obertura para la obra homónima de von Collin mediante una estructura musical en forma sonata -con tempo de "allegro con brio"- que presenta dos temas principales: el primero, en la tonalidad siempre tempestuosa de do menor (la misma de su 5ª sinfonía), representa el ímpetu y la bravura del personaje de Coriolano; el segundo, más lírico, en la tonalidad de mi bemol mayor, representa los ruegos suplicantes de su madre.
Beethoven: Obertura Coriolano, op. 62
Ya el comienzo de la obra muestra la agresividad del tema principal: varios unísonos de las cuerdas son contestados por sendos acordes furiosos de toda la orquesta. Los silencios entre los distintos acordes ayudan a aumentar esa tensión que es inherente al carácter irascible del héroe romano. El dualismo entre ambos temas, el heroico y el lírico, se articula y entremezcla en variaciones durante todo el desarrollo y la reexposición, provocando agudos contrastes sonoros, pero siempre con un trasfondo heroico que no abandona nunca la partitura. Finalmente, la tensión sonora pierde fuerza, diluyéndose hasta concluir la obra de forma casi inaudible, concatenando tres débiles "pizzicatos" de la cuerda separados por inquietantes silencios, que sugieren el trágico final de Coriolano.
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