domingo, 3 de mayo de 2020

Otto Klemperer: la batuta de Beethoven

Klemperer hacia 1920
En la lista de insignes directores de orquesta del siglo XX, en la que aparecen auténticos monstruos de la batuta como Toscanini, Furtwängler, Karajan, Kleiber, Böhm, Solti, Bernstein..., una gigantesca figura emergió desde sus casi dos metros de estatura con luz propia: Otto Klemperer (1885-1973). 

Nacido en Breslau, en la Baja Silesia (entonces territorio alemán), de origen judío, se formaría musicalmente bajo la influencia directa de otro judío insigne, el compositor y también director Gustav Mahler, al que Klemperer desde muy pequeño casi idolatraría (lo llamaría "mi creator spiritus"). Al igual que el genial Gustav, también Klemperer se adentraría en los abruptos terrenos de la composición, si bien con evidente mucho menor éxito para la posteridad que el compositor bohemio. El destino le depararía otra senda también tortuosa, pero con la que dejaría un legado absolutamente imborrable como una de las más brillantes batutas del siglo XX.

¡Vaya quinteto de maestros! (de izq. a dcha. B. Walter, A. Toscanini, E. Kleiber, O. Klemperer y W. Fürtwangler)
A comienzos de los años treinta, Klemperer tuvo que exiliarse de Alemania ante la irrupción fulgurante del régimen nazi, emigrando a los Estados Unidos, donde llegó a ser director titular de la Filarmónica de Los Angeles. Allí tuvo que ser intervenido de un tumor cerebral que le dejaría enormes secuelas físicas y también psicológicas, sufriendo varios trastornos depresivos que forjarían, sin duda, su carácter bipolar. Después de la guerra, retornaría a Europa, iniciando un periplo por varios países sin sitio ni rumbo fijo. 

Beethoven: Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 36 (II. Larguetto). Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1957.

Cuando parecía que su carrera languidecía a mediados de los cincuenta, un avispado productor británico, Walter Legge, le ofrecería la batuta de la recientemente creada -por el propio Legge en 1945- Orquesta Philharmonia de Londres. Klemperer recogería el testigo dejado precisamente por Herbert von Karajan que la había dirigido hasta 1954, año en que el director salzburgués decidiría aceptar la dirección de la Filarmónica de Berlín, iniciando un largo ciclo con esta orquesta que marcaría también toda una época.

Beethoven: Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 55, "Heroica" (IV. Finale-Allegro molto). Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1959.

Klemperer haciendo su "magia"
Es, pues, en esos años cincuenta y sesenta de la pasada centuria, en los que, de la mano del sello discográfico EMI, y siempre acompañado por una excelsa orquesta Philharmonia, un ya maduro Klemperer (tenía más de 70 años) dirigiría, con mano casi de iluminado prestidigitador, una serie de conciertos y grabaciones que dejarían una huella indeleble en el corazón de todos los melómanos y amantes de la música clásica.

Beethoven: Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67 (I. Allegro con brio). Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1959.

Klemperer había encontrado la horma de su zapato, el preciso momento y lugar para desplegar toda su inmensa sabiduría proveniente del legado de la escuela germana de dirección, pero dotada también de su propio e inconfundible sello. Sería particularmente en la obra sinfónica del genio de Bonn donde Klemperer encontraría el complemento ideal a su batuta austera en gestos, a su meticulosidad cuasi enfermiza, embarcándose en un viaje de búsqueda del Beethoven más auténtico y de la absoluta perfección en la ejecución de cada movimiento sin concesiones ni florituras vanas. Fueron famosas, ya en aquel entonces, sus acaloradas discusiones durante los ensayos con varios miembros de la orquesta, extenuados ante la exigente dirección del viejo Otto.

Beethoven: Obertura Leonora nº 3, op. 72b. Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1963.

Aquejado de graves dolencias y de una parálisis parcial desde su operación de tumor, acabó teniendo que dirigir sentado en una silla, acercándose hasta el podio con su viejo bastón. Pero ello no le impidió mantener una imponente presencia física e intelectual que, con su gesto adusto y severo, a través de movimientos de la batuta certeros y contenidos, a veces casi imperceptibles, consiguió extraer de la orquesta un sonido realmente prodigioso, de una fuerza y monumentalidad como casi ningún especialista beethoveniano ha sido capaz de lograr.

Klemperer impartiendo su magisterio
Sus "tempi" fueron siempre indefectiblemente lentos y pausados, como queriendo paladear cada frase en todas sus sensaciones, buscando esa profundidad en la obra más allá de la fría partitura. Uno se siente teletransportado bajo su sabia batuta a unos espacios insondables, en los que el corazón se acelera por momentos, ansioso de conocer qué le espera a la vuelta del siguiente recodo del camino. Es una sensación casi de vértigo, de estar permanentemente en una montaña rusa de sensaciones, en la que se saborea cada momento como si fuera el último, indagando en aquellos misterios del alma humana que no pueden nunca explicarse con palabras ni compartirse con nadie, porque son tan profundos que sólo la música más sublime alcanza a hollar si acaso durante unos efímeros instantes.

Beethoven: Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92 (I. Poco sostenuto. Vivace). Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1960.

El arte de Klemperer se fundamentaba sobre todo en lograr que la música respirara y danzara de la forma y manera que había aprendido, en parte, de su admirado Mahler. "Es importante observar las pausas y mantener la medida de cada frase. Eso es lo que la respiración es para el ser humano" afirmaba. Respecto a su estilo de dirección sereno y austero, aseveraba "el ritmo debe de ser ligero y relajado. Una excesiva manifestación por parte del director sólo produce resultados caóticos".

Su interpretación de la sinfonía "Pastoral" continúa siendo considerada hoy día por la crítica especializada una de las versiones absolutamente de referencia de toda la discografía universal. Al escucharla, nos sentimos trasladados al monte Parnaso, donde Apolo y sus musas descansan junto a un arroyo de cristalinas aguas, mientras toda suerte de alegres pajarillos revolotean y cantan por doquier y etéreas ninfas de rizados cabellos danzan grácilmente. Toda inquietud, todo cansancio parecen desvanecerse como por arte de magia y una creciente felicidad interior nos invade haciendo que nuestros pesados miembros se tornen como ingrávidos. La Naturaleza, en su estado más primigenio y virginal, nos estrecha entre sus brazos cual madre amorosa, mientras sentimientos de gratitud y fraternidad afloran incontenibles.

Beethoven: Sinfonía nº 6 en fa mayor, op. 68, "Pastoral" (II. Andante molto mosso). Orq. Philharmonia (Dir: O. Klemperer), 1957.

Klemperer en 1969
Klemperer, que no se consideraba a sí mismo como un espíritu genuinamente romántico -musicalmente hablando, se entiende-, fue, sin embargo, capaz de alcanzar una afinidad total con el espíritu de la obra beethoveniana, aunando una extraordinaria intensidad emocional con una no menos impresionante fortaleza intelectual.

Hacia el final de su vida, un conocido director de orquesta suizo visitó a Klemperer en su casa de Zúrich, y le preguntó si estaba orgulloso de su trayectoria artística. Klemperer abrió la Biblia en la versión alemana traducida por Lutero y le leyó el conocido fragmento del Eclesiastés dedicado a la vanidad ("Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, vanidad de vanidades, todo es vanidad...").

Klemperer dirigiendo ¡con 85 años! la Novena en el Royal Festival Hall de Londres (1970). Fuente: Youtube.

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