lunes, 11 de mayo de 2020

Pictura et musica (II): C. David Friedrich & Anton Bruckner

Uno de los rasgos que define el movimiento romántico en el arte es su profunda espiritualidad, pero es una espiritualidad diferente, que emana de una renovada mirada interior y que posee rasgos de comunión individual con el Creador. Rechazados los postulados racionalistas clásicos, el artista romántico prioriza lo sensible, buscando a través de esa sensibilidad descubrir los secretos que esconde su alma, pero lo hace de muchas formas y maneras distintas. 

Así, por ejemplo, el pintor alemán Caspar David Friedrich (1774-1840), de confesión luterana, lo hará a través de una profunda comunión con la Naturaleza y de la utilización de un lenguaje simbólico muy particular en sus cuadros, mientras que, más de medio siglo después, el compositor austríaco Anton Bruckner (1824-1896), católico devoto, expresará su intensa religiosidad a través de su obra sacra y sinfónica, componiendo verdaderos himnos de alabanza al Todopoderoso.

Retrato de C. David Friedrich
Friedrich utiliza el paisaje y su excepcional dominio de la luz y del dibujo para representar en sus obras una Naturaleza vasta ante la que el hombre se siente empequeñecido. Según Friedrich, una verdadera obra de arte había de presentar "sublimación del espíritu" y "elevación religiosa". Creía firmemente en las propiedades espirituales del arte: "El hombre no es el objetivo último del hombre; su meta es lo divino, lo infinito. Debe aspirar al arte, no a ser artista. El arte es infinito, pero los conocimientos y el saber de los artistas son finitos".

Entre 1810 y 1811, Friedrich pinta su óleo "Amanecer en el Riesengebirge", que puede considerarse una continuación de su famoso "Retablo de Tetschen", en el que aparece ya la solitaria cruz sobre unas montañas en una atmósfera onírica. Otro tema que será recurrente en Friedrich es el del mar de nubes, escenario que podemos contemplar también en otra de sus obras más conocidas, "El caminante sobre el mar de nubes" (ver entrada del blog: http://ernestagoras.blogspot.com/2015/02/del-romanticismo-en-el-arte.html).

Friedrich: Amanecer en el Riesengebirge

Aquí, las rocas marrones del primer plano culminan en un pico abrupto coronado por una cruz. Este macizo rocoso está separado del resto de formaciones rocosas por la niebla, de forma que parece que las montañas realmente "flotan" sobre un océano insondable. La clara franja del horizonte, que ocupa la mitad del cuadro, anuncia la inminente salida del sol. Sobre el pico, una pequeña figura de una mujer rubia, ligeramente vestida, atrae a un hombre hacia sí y hacia la cruz. Se suele interpretar a la mujer como una alegoría de la fe bajo el signo de la cruz y ante la redención prometida en el horizonte. El hombre, dirigido hasta el punto más elevado en este "paisaje sagrado", sería el propio Friedrich.

Amanecer en el Riesengebirge (detalle)
Una vez más lo sublime, tan cercano a todas las corrientes románticas según los postulados filosóficos de Edmund Burke, se plasma también en la obra de Friedrich, sobre todo en su estilización del paisaje, en la renuncia a un espacio racional y su sustitución por un espacio idílico que subraya lo ilimitado y lo atemporal. 

El poder omnímodo de la Naturaleza expresa también simbólicamente el plan divino de la Creación. Ante la inmensidad de la obra divina, el ser humano se siente absolutamente indefenso, pero hay también un mensaje de esperanza, de auténtica redención.


Anton Bruckner hacia 1894
Anton Bruckner fue un compositor poco valorado en su época, un periodo en el que quedó oscurecido por el caluroso debate entre los seguidores de Johannes Brahms y los de Richard Wagner, quedando su obra en terreno de nadie. Su admiración por Wagner sería casi enfermiza y tan influyente en la creación de su obra como lo fue su sincera y profunda religiosidad. En sus extensas sinfonías, Bruckner combina momentos de clímax grandiosos con otros de profundo lirismo, utilizando con frecuencia pasajes de gran cromatismo a la manera de su admirado Wagner.

De su repertorio sinfónico, que contiene además diferentes versiones ya que Bruckner siempre revisaba una y otra vez sus partituras dificultando el poder identificar sus originales auténticos, es quizás la Séptima sinfonía en mi mayor -apodada "Lírica"- una de las más populares e interpretadas de todas sus composiciones. Si hubiera que definirla en pocas palabras, podría decirse que es una auténtica "catedral orquestal", dado el profundo lirismo, solemnidad y espiritualidad que emana de toda la obra. Escrita entre 1881 y 1883 (y revisada en 1885), fue dedicada al rey Luis II de Baviera, el devoto mecenas de Wagner. 

La sinfonía, con la duración típicamente bruckneriana (algo más de sesenta minutos), se organiza en cuatro movimientos: 

I. Allegro moderato (tonalidad de mi mayor)
II. Adagio: Sehr feierlich und sehr langsam (do sostenido menor)
III. Scherzo: Sehr schnell (la menor)
IV. Finale: Bewegt, doch nicht schnell (mi mayor)

Como sucedió con muchas de sus obras, la melodía del primer movimiento le sería revelada, según el propio Bruckner, mediante un sueño que venía desde lo más Alto. El primer tema de la exposición surge de un trémolo sutil de los violines, al que siguen luego los violoncellos, y que va lentamente in crescendo, a la manera de un pórtico que se va abriendo lentamente hacia un interior todavía por descubrir. El segundo tema es más melódico y más rápido, interpretado por oboes y clarinetes. A estos segundos temas, Bruckner los denominaba "gesang periode" (periodo de canciones). El tercer tema de la exposición aparece con un potente crescendo. La sección de desarrollo emplea el contrapunto y las técnicas de variación cromática que tanto utilizaría Wagner en sus composiciones. Sigue la recapitulación variada de todos los temas de la exposición. El movimiento termina con una coda que comienza con una primera sección trágica para culminar en un triunfal "tutti" de los metales. Esta coda trae sin duda reminiscencias de la entrada de los dioses en el Valhalla ("El Oro del Rhin", escena IV).

Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor, ed. Haas (I. Allegro moderato)

El inmortal adagio, "muy solemne y muy lento" según reza la partitura, sugiere una mirada a la muerte (la de Wagner tendría lugar mientras se componía esta sinfonía). Así afirmaría Bruckner: "en cierta ocasión llegué a casa inmensamente triste. Me figuraba que sin el Maestro no me sería posible seguir viviendo. Entonces se me apareció repentinamente el tema del Adagio en do sostenido menor… Verdaderamente escribí el Adagio pensando en la muerte de aquel ser único y excepcional”. El comienzo del movimiento, utilizando por primera vez un cuarteto de tubas wagnerianas, supone ya un homenaje explícito y crepuscular al maestro. El segundo tema nos trae melodías de una infinita paz que recuerdan los futuros paseos matinales típicamente mahlerianos. Estos dos temas se repiten con modulaciones y variaciones en una estructura A-B-A-B-A que termina conduciendo a la coda final. El clímax de la coda es sin duda de éxtasis, pero también de auténtica redención. Todo concluye en una elegía fúnebre, añadida por Bruckner tras conocer la noticia de la muerte de Wagner. Uno de los editores de la obra bruckneriana, Leopold Nowak, comentaría: "este adagio transpira una atmósfera de exultación combinada con una aguda conciencia del lado oscuro de la vida", cita que podría aplicarse ciertamente a toda la obra bruckneriana.

Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor, ed. Haas (II. Adagio: Sehr feierlich und sehr langsam)

El tercer movimiento, "muy rápido", de carácter alegre y bullicioso, marca un decidido contraste con la música precedente. En el Scherzo, la trompeta presenta el tema sobre la base rítmica de las cuerdas, irregular y llena de acentos. La melodía de la trompeta, de un humor ligero, parece estar inspirada en el canto del gallo. El tema es transportado a las diversas secciones de la orquesta, culminando en un "tutti" de los metales. El Trío, de carácter galante, expone una lírica melodía de carácter acompasado. La repetición del Scherzo culmina el movimiento.

Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor, ed. Haas (III. Scherzo: Sehr schnell)

El último movimiento, "movido pero no rápido", vuelve a la tonalidad de mi mayor y comienza con una variación rítmica del motivo de apertura de la sinfonía. En contraste, el segundo tema, presentado por los violines, es apacible y misterioso. El tercer tema, también derivado del inicial, se compone de un dramático y explosivo unísono de toda la orquesta, en tonalidad menor. Estas tres originales ideas musicales se entretejen a lo largo del movimiento, creando sonoridades de diversa complejidad y textura. El movimiento culmina en un clima de absoluto júbilo, un nuevamente exultante "tutti" de la orquesta que expone, por última vez, el tema inicial de esta magistral catedral sinfónica, un pórtico celestial que parece dar paso a la infinita luz del horizonte al amanecer en el Riesengebirge.

Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor, ed. Haas (IV. Finale: Bewegt, doch nicht schnell)


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