viernes, 29 de mayo de 2020

Pictura et musica (III): J.E. Millais & R. Wagner


El amor puro, perfecto, sublime, idealizado hasta su máxima expresión neoplatónica, es otro de los temas preferidos por la estética romántica. Por ser tan perfecto es al mismo tiempo una meta inalcanzable, o cuando menos lo es en cuanto seres atados a esta existencia terrenal y a sus pasiones y debilidades. Por ello, tal amor conduce inevitablemente a un dolor y sufrimiento extremos, y en última instancia a la muerte. Es un sentimiento que tiene ya plena vigencia desde el Medievo y luego continúa a lo largo del Renacimiento, culminando en la celebérrima tragedia shakesperiana de "Romeo y Julieta". Así lo expresaba ya el propio Dante Alighieri en su famoso soneto de la "Vita Nuova" ante la muerte de su amada Beatriz:

Alegre me parecía Amor, teniendo
mi corazón en mano, y en brazos una
dama, envuelta en un lienzo, durmiendo.
Luego la despertaba, y de este corazón ardiendo
ella espantada humildemente comía:
después lo vi partir gimiendo.

La Hermandad Prerrafaelita, surgida a mediados del siglo XIX en la Inglaterra victoriana, estuvo formada por una serie de artistas, entre los que podemos citar como figuras más significativas a Dante Gabriel Rossetti y John Everett Millais, que aspiraban a recuperar la mirada limpia de los artistas anteriores a Rafael, pero que también se colocaron en abierta rebeldía frente a los criterios de la Real Academia de Bellas Artes y de su director Sir Joshua Reynolds. Su pretensión es el advenimiento de un arte místico a través de un estilo muy dibujístico, muy analítico y detallista, construido con colores muy vivos que tienen algo de vidriera gótica, y mediante el uso de formas muy estilizadas. Uno de sus temas preferidos fueron las obras de Shakespeare.

En su inmortal tragedia "Hamlet", el melancólico y tierno personaje de Ofelia se destacó como uno de los más apreciados por los prerrafaelitas, especialmente por su muerte silenciosa y conmovedora. Enamorada sin esperanza de un trastornado Hamlet, su locura la lleva a quitarse la vida y así se despide melancólicamente de su hermano Laertes mientras lamenta por última vez la accidental muerte a manos de Hamlet de su padre Polonio (Acto IV, Escena V):

OFELIA Aquí hay romero, es para los recuerdos. Por favor, amor, recuerda. Y aquí hay
pensamientos, son para pensar.
LAERTES Una instrucción en plena locura, los pensamientos y los recuerdos adecuados.
OFELIA Aquí hay hinojo para vos, y pajarillas; aquí hay ruda para vos, y un poco para mí.
Podemos llamarla hierba de la gracia de los domingos. Ah, debéis llevar la ruda de modo
diferente. Aquí hay una margarita, quería daros unas violetas, pero se marchitaron todas
cuando mi padre murió: dicen que tuvo un buen fin.
Porque el lindo petirrojo
ha de ser mi único amor.
LAERTES El pensamiento, y la aflicción,
y la pasión, y el mismo infierno,
todo lo vuelve dulzura y minucia.
OFELIA ¿Y ya nunca volverá,
y ya nunca volverá?
Nunca, nunca, que está muerto, quédate en tu cama yerto,
que ya nunca volverá;
como nieve era su barba,
como lino era su pelo,
ya se ha ido, ya se ha ido,
no haya llanto ni gemido,
y Dios lo tenga en su cielo.
Y a todas las almas de todos los cristianos
es lo que pido a Dios. Buenas noches a todos.

Conmovedor es el monólogo posterior de la reina Gertrudis cuando describe su trágico final
a su hermano al final del Acto IV:

REINA Hay un sauce
que ha crecido torcido al borde de un arroyo
y sus pálidas hojas copia
en la corriente cristalina.
Allá con guirnaldas fantásticas fue ella,
tejidas de ranúnculos, ortigas, margaritas,
y esas largas orquídeas
a las que los pastores desenvueltos
dan un nombre más burdo,
pero que nuestras castas doncellas conocen
bajo el nombre de dedos de muerto;
allí por las pendientes ramas,
para colgar sus hierbas en corona
intentando trepar, una envidiosa rama
se rompió, y los trofeos que con hierbas tejiera,
y ella misma, cayeron en el lloroso arroyo;
sus vestidos se abrieron, y a modo de sirena,
la mantuvieron por un tiempo a flote,
durante el cual ella cantaba
trozos de antiguas melodías,
como quien no se percatase de su propia desdicha
o como una criatura
nativa y destinada a ese elemento.
Mas no podía transcurrir gran rato
antes de que sus ropas,
pesadas con el agua que las empapaba,
hundieran a la pobre desdichada
desde su canto melodioso
hasta su cenagosa muerte.

Millais: Ofelia

John Everett Millais (1829-1896) trasladó esta trágica descripción al óleo que pintó hacia 1852. El cuerpo de la infortunada Ofelia flota boca arriba con los ojos y la boca entreabiertos y con un gesto de ligera angustia, mostrando con sus manos entreabiertas una postura como de oración, de forma que no parece muerta, sino transfigurada. Su expresión parece captada en el instante mismo en que el último hálito de vida escapa de su boca. En su mano sostiene aún las flores que estaba cortando cuando cayó al agua. El paisaje que la rodea, pintado con obsesiva minuciosidad de detalles en cada hoja, cada flor y cada brizna, forma un escenario cerrado que parece envolver su cuerpo con amor maternal.

Millais fue tan concienzudo a la hora de plasmar el hundimiento de la joven en las aguas que hizo posar a su modelo durante horas en una bañera con agua tibia sólo a la luz de las velas para poder estudiar el peso y el volumen de las telas al sumergirse en el agua. Tal ejercicio de posado para el pintor le causó a la joven una severa pulmonía.

Millais: Ofelia (detalle)
El cuadro está cargado a su vez de connotaciones simbólicas y alusivas a la tragedia de Shakespeare. El sauce, las ortigas, las margaritas o las violetas que rodean su cuello son mencionados a lo largo de la obra. Otras plantas y flores fueron añadidas por el pintor de motu propio. La amapola alude al sueño eterno de la muerte, la rosa es el símbolo del amor y la belleza, y la nomeolvides es obviamente la flor del recuerdo. También aparece, a la izquierda, sobre una rama del sauce, un petirrojo, aludiendo al único amor que menciona Ofelia en su diálogo con Laertes.

Toda la obra transmite sin duda un tono poético y melancólico, en el que la Naturaleza desempeña un papel protagonista por la minuciosidad y exactitud con que es pintada, conformando un ecosistema pictórico en sí mismo y casi dejando en un segundo plano el cuerpo sin vida de la joven y su desdichada muerte.

Haciendo propia la idea del pensador alemán Schopenhauer, "el amor es la privación de la voluntad de la vida y la aspiración al no-ser", Richard Wagner (1813-1883) compuso entre 1856 y 1859 su drama musical basado en la leyenda celta de Tristán. Su gestación se puede atribuir al romance imposible que el compositor mantuvo con Mathilde Wesendock -esposa del banquero Otto Wesendock- y supuso la culminación de la poesía amorosa romántica al tiempo que una de las cumbres de la música universal.

Wagner: "Tristán e Isolda" (Preludio)

Ya el famosísimo preludio es la nostalgia y la pasión amorosa hechas música. Se han escrito ríos de tinta sólo sobre el primer tema, sobre su simbolismo, sus enigmáticas armonías. La de Tristán es, sin duda, la música más sensual, más emotiva, la de mayor suspense interior escrita hasta entonces. El cromatismo empleado por Wagner en Tristán abrió nuevos campos, llevó a la definitiva disolución de la armonía clásica y al lenguaje sonoro del siglo XX.

Pero además para Wagner, como bien se puede descubrir a través de todos sus dramas musicales, el amor representa la auténtica fuerza redentora del Universo, la única a través de la cual es posible restaurar el orden a partir del caos de pasiones mundanas que dominan al individuo como el ansia de poder, la envidia, la mentira, la traición...

Como no podía ser de otra forma, el drama culmina con la muerte de los amantes. De una belleza sublime y un lirismo conmovedor es el aria final de Isolda, inclinada ante el cuerpo sin vida de Tristán. De sus labios brota un cántico que parece proceder ya de otro mundo. Voz y orquesta se aúnan en perfecta armonía para transfigurar el dolor y la angustia en frenesí arrebatador primero y en paz infinita al final. Aunque conocida universalmente como "Liebestod" (muerte de amor), a este clímax final Wagner no le daría tal denominación, sino el de "Verklärung" o "Transfiguración", porque -al igual que para la bella Ofelia- sólo representaría la muerte física de Isolda, pues el anhelo de reunirse con su otro yo en la eternidad lo trascenderá todo, existencia, dolor, conciencia, éxtasis... es ¡supremo deleite!

Wagner: "Tristán e Isolda" (Acto III, Aria "Mild und leise wie er lächelt")

ISOLDA Cuan dulce y suave
sonríe,
como se entreabren
sus ojos tiernamente
¿Le veis, amigos?
¿No le veis...?
¡Cómo resplandece
con luz creciente!
Cómo se alza
rodeado de estrellas.
¿No le veis?
¡Cuán valiente y henchido,
lleno y sublime,
se le inflama el corazón
en el pecho!
Y de sus labios
deleitosos y suaves
fluye un hálito dulce y puro:
¡Amigos, mirad!
¿No le percibís? ¿No le veis?
¿Tan sólo oigo yo esa melodía,
que tan maravillosa y quedamente,
suena desde su interior
en delicioso lamento
que todo lo revela,
en tierno consuelo, gentil reconciliación,
penetrando en mí, elevándose,
en dulces ecos
que resuenan en mí?
Esa clara resonancia que me circunda
¿es la ondulación de delicadas brisas?
¿Son olas de aromas embriagadores?
¡Cómo se dilatan y me envuelven!
¿Debo aspirarlas?
¿Debo percibirlas?
¿Debo beber o sumergirme?
¿O fundirme en sus dulces fragancias?
En el fluctuante torrente,
en la resonancia armoniosa,
en el infinito hálito
del alma universal,
en el gran Todo...
perderse, sumergirse...
sin conciencia...
¡supremo deleite! 


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