domingo, 7 de junio de 2020

Pictura et musica (IV): J.M.W. Turner & R. Strauss

Las fuerzas desatadas de la Naturaleza siempre fascinaron al individuo romántico. Se trata de un lugar idílico anterior a la corrupción de la civilización, en el que el hombre se siente libre, ilimitado, pero, al mismo tiempo, frente a su omnímodo poder el individuo no es nada, apenas una frágil figura a merced de vientos y tempestades. Sin embargo, el héroe romántico, que padece y sufre, es también capaz de superar cualquier adversidad gracias a su tenacidad y fuerza de voluntad. El paisaje se convirtió así en un tema de primer orden en el programa pictórico de los grandes artistas del XIX.

Turner (autorretrato)
John Mallord William Turner (1775-1851) fue, sin lugar a dudas, el maestro de la luz. Evolucionó desde posiciones academicistas más clásicas hacia un preimpresionismo que habría de influir en gran medida en los impresionistas de fines de siglo. Su principal obsesión fue el estudio de los fenómenos atmosféricos y de la influencia de la luz sobre la materia y el paisaje. Su pincelada se fue haciendo cada vez más suelta y en algunas zonas muy empastada, de forma que materia, aire y luz parecen entremezclarse y disolverse en un torbellino de indudable impacto en el espectador.

El camino que lo conduciría a su personalísima pintura -de la que surgiría una imagen de la Naturaleza nunca vista antes- lo encontraría Turner en su periodo tardío. "No lo pinté para que fuera entendido", respondería Turner a la demoledora crítica hecha a uno de sus cuadros tardíos más importantes "sino porque quería mostrar cómo luce semejante espectáculo". 

En su óleo "Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes", pintado para la Exposición de la Academia de 1812, el artista británico utiliza un hecho histórico de la Antigüedad -la épica expedición del general cartaginés en el año 218 a.C. a través de los Alpes para alcanzar la península itálica en el contexto de la Segunda Guerra Púnica- para pintar un paisaje de gran dramatismo en el que la Naturaleza es la auténtica protagonista. Desde un lugar cubierto de rocas dispersas se divisa un valle del que parten, hacia la derecha, empinadas colinas. Densos nimbos con estrías que se precipitan oblicuamente oscurecen la escena, ocultando las cumbres montañosas. En el fondo, así como en el extremo derecho, irrumpe la luz del día iluminando los torbellinos de nieve. El disco solar brilla tenuemente tras un banco de nubes. Abajo a la derecha y en el extremo izquierdo, así como en dirección al valle, se adivinan los perfiles de los cartagineses en marcha. En el primer plano de la zona izquierda vemos algunos soldados y animales dispersos en diversas posturas, bien exhaustos, heridos o muertos.

Turner: Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes

El dibujo ha perdido, como podemos observar, todo protagonismo en la obra de Turner, por cuanto las siluetas de las propias montañas y de los soldados se desdibujan en pinceladas abocetadas y la verdadera genialidad del artista consiste en conseguir que la luz penetre en la materia, disolviéndola en imágenes desleídas que generan una espectacular sensación de movimiento. Sólo en el primer plano se ha suspendido el efecto del claroscuro, que domina toda la composición del cuadro creando ese efecto particularmente dramático. El propio Turner obligó a los expositores a situar su cuadro a una altura excepcionalmente baja, de forma que el espectador al contemplarlo pudiese sentirse totalmente inmerso en la escena y así provocar esa sensación de profundo desasosiego ante el torbellino de fuerzas que es capaz de desatar la Naturaleza sobre el hombre. Esta obra supondría, pues, el inicio de una nueva etapa en el desarrollo del pintor.

R. Strauss hacia 1910
La conocida como "Sinfonía Alpina" ("Eine Alpensinfonie"), op. 64, del compositor alemán Richard Strauss (1864-1949) es, en realidad, un poema sinfónico, por cuanto se trata de una música programática, esto es, aquella que sigue un guion o programa específico que narra el compositor a través de la música. Dividida en 22 escenas, la obra evoca el viaje de ascenso y posterior descenso a una cumbre alpina -en este caso de los Alpes bávaros-, vista desde la perspectiva del propio viajero. Hay que interpretarla, sin embargo, no sólo como un viaje puramente físico, sino y sobre todo como un viaje de renovación interior y de exaltación de la Naturaleza.

Strauss describe un viaje a través de la vida. Nos presenta el nacimiento del ser desde las profundidades de la noche, su camino a lo largo de la vida hasta alcanzar su meta, convertirse en el Superhombre nietzscheano (Übermensch). Todo ello conseguido por su propio esfuerzo. Finalmente viene su decadencia, simbolizada por la terrible tempestad. Al final recupera su serenidad y se presenta a las puertas de la muerte, entrando en la noche de un modo glorioso. De la misma noche volverá a renacer, empezando un nuevo ciclo vital. Es el concepto del Eterno Retorno.

La obra, estrenada en 1915, está pensada para ser ejecutada por una orquesta de proporciones verdaderamente gigantescas (más de 100 intérpretes), incluyendo una enorme sección de percusión, que incorpora incluso una máquina de viento y una máquina de truenos para crear los efectos sonoros respectivos. Toda la pieza está pensada para ser ejecutada sin interrupciones como si fuera un único movimiento de larga duración (aprox. 45-50 minutos).

Strauss, bajo la profunda influencia de Wagner y Mahler, emplea en esta obra toda la variedad cromática de la orquesta para transmitir las impresiones pictóricas que le producen cada uno de los momentos vividos y los parajes atravesados durante la ascensión. El uso extensivo del leitmotiv -a la manera wagneriana- le permite asociar un motivo musical a cada uno de los elementos presentes en la pieza (la noche, el sol, la lluvia, la montaña, ...).

El programa comienza y termina con la escena denominada "Noche", que representa el comienzo y final del viaje de ida y vuelta al mismo punto, como una alegoría del concepto de Eterno Retorno. En el inicio, una tenue escala descendente sostenida por los metales nos sumerge en las profundidades de la noche. De la noche se eleva un poderoso crescendo que conduce al segundo tema denominado "Amanecer", construido sobre un poderoso leitmotiv, el de la montaña. Empieza a continuación, en la tercera escena, el "Ascenso" propiamente dicho, que se inicia con una marcha de los caminantes, un animoso tema que aparecerá varias veces a lo largo de la obra. Culmina con una fanfarria a la que se unen trompas de caza que anuncian la partida de un grupo de cazadores.

R. Strauss: Sinfonía Alpina (I. Noche)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (II. Amanecer)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (III. Ascenso)

Este viaje de ascenso, no sin dificultades, culmina en la escena XIII con la llegada a la cumbre, representada por un breve clímax de reminiscencias wagnerianas que cede paso a una melodía del oboe con acompañamiento de un trémolo de la cuerda, como representando a los caminantes que tratan de recuperar el resuello después de la ardua ascensión. Tras esto viene el auténtico clímax orquestal de triunfo -que recuerda al comienzo de su poema sinfónico "Así hablo Zaratustra"- celebrando así el éxito por la meta alcanzada. La escena siguiente, "Visión", es una continuación de la anterior en la que los viajeros se felicitan por la hermosa vista que pueden contemplar. El descenso les espera.

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XIII. En la cima)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XIV. Visión)


La escena XVII, "Elegía", es un breve tema heroico de gran lirismo que representa el triunfo del hombre sobre la Naturaleza, pues el Superhombre nietzscheano es capaz de superar todas las pruebas. Sin solución de continuidad, la escena XVIII, "Calma antes de la tempestad", presenta a la cuerda tocando con sordina, evocando así un ambiente enrarecido. La melodía tocada por el oboe intuye un mal presagio. Los timbales señalan truenos lejanos y se escuchan las primeras gotas de lluvia, mientras toda la orquesta acelera el ritmo. En la escena XIX, "Truenos y tempestad. Descenso", tiene lugar la furia de la tormenta que desata su inusitada violencia sobre los viajeros. Se escucha ahora el órgano, mientras las máquinas de viento y truenos resuenan con vehemencia.

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XVII. Elegía)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XVIII. Calma antes de la tempestad)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XIX. Truenos y tempestad. Descenso)


Tras la tempestad vuelve la calma y la tormenta se apacigua con el atardecer y la puesta de sol. Vuelve a resonar el leitmotiv de la montaña y entramos en la parte final de la obra, en lo que parece un canto de alabanza a la Naturaleza entonado por una bellísima melodía sostenida por las cuerdas. Llega el final del viaje con la penúltima escena, "Epílogo" -la más larga de todo el poema-, una deliciosa música acompañada del órgano que parece rememorar con conmovedora nostalgia el viaje de la vida. Todo termina con la repetición de la sección inicial, la de la Noche, que acaba en un pianísimo hasta que la orquesta se termina apagando gradualmente.

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XX. Puesta de sol)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XXI. Epílogo)

R. Strauss: Sinfonía Alpina (XXII. Noche)


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