martes, 19 de agosto de 2008

Del mito al logos

Entre las profundas transformaciones que ha sufrido la civilización occidental desde sus orígenes es quizás una de las más singulares, aquella por la que se produjo el titánico salto que lleva desde el mito a la razón. Es harto complicado encontrar las causas precisas que causaron este profundo cambio, aparentemente trivial, pero que ha marcado el devenir de tantos acontecimientos en los siglos y milenios venideros.

No sabemos en realidad, el cómo ni el por qué -más allá de elucubraciones basadas en fragmentos incompletos o en hipótesis con mayor o menor fundamento- pero sí conocemos, de forma aproximada, el cuándo. Hacia el siglo VI a.C., en una serie de colonias del Mediterráneo (fundamentalmente de Asia Menor) se produce una ruptura sobre la forma en que el hombre percibe su realidad y encara su concepción sobre ella.

No se trata, por supuesto, de una ruptura repentina, sino, como casi siempre ocurre en nuestra historia, de un proceso paulatino que fue encaminando los derroteros del pensamiento humano hacia otras vías absolutamente novedosas.

Del mito

Hasta la génesis de ese proceso singular, la realidad caótica del mundo se explicaba a través de la especulación mítica. No se debe, sin embargo, caer en el error de despreciar esta vía como algo puramente irracional, por cuanto es también el pensamiento del hombre el que forjó, a través de muchas generaciones, ese complejo universo mítico para terminar por idear una cosmogonía muy organizada.

El pensamiento mítico, no obstante, al contrario que el pensamiento posterior, digamos “racional”, nunca lo explica todo, no es cerrado en sí mismo. Nos narra una historia llena de sugerencias y evocaciones que apela sobre todo a nuestra fantasía y a nuestra imaginación.

La vía fundamental de transmisión del mito es la poesía, de ahí que sus términos tiendan a ser expresivos, a sugerir, a huir de la precisión, para facilitar una lectura múltiple (casi todos los mitos presentan múltiples variantes). El mito intenta demostrar que el mundo es como es porque debe de ser así. En el ámbito del mito, el orden actual del mundo, logrado generalmente tras un estado anterior de confusión, es el único de los posibles, ya que, si algo no fuera como es, las consecuencias serían desastrosas.

La especulación mítica de los griegos antiguos se conoce a través de los textos del siglo VIII a.C., es decir, de los poemas épicos de Homero (Ilíada y Odisea) y los de Hesíodo (Trabajos y días y Teogonía). No obstante, la tradición mítica es anterior, e incluso sabemos que en Mesopotamia y otras regiones del Próximo Oriente se narraban mitos en fecha mucho más antigua, que han influido en los autores griegos.

En la evolución del pensamiento griego, el interés de autores como Hesíodo por organizar los mitos encubre ya un pensamiento próximo al racional. Detrás de su catálogo de dioses y mitos se halla ya un esfuerzo por especular sobre los orígenes del mundo.
“Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.
Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo.
Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los Dioses dichosos.”
(Teogonía de Hesíodo)
Del nacimiento de la filosofía

Pero, en los primeros años del siglo VI a.C., tal vez a fines del VII a.C., en una colonia comercial jonia en Asia Menor, Mileto, que mantenía importantes relaciones mercantiles con diversos enclaves del mar Negro, Mesopotamia, Egipto y el sur de Italia, se originan las primeras manifestaciones de una nueva forma de pensamiento.

En esta próspera colonia, punto de contacto de múltiples corrientes y abierta al tráfico de ideas además del de mercancías, encontramos la prosperidad y ocio necesarios como para que la afición por la especulación intelectual aparezca en una serie de pensadores que pasarían a la historia como los primeros filósofos.

Estos intelectuales fueron abandonando progresivamente -ya hemos comentado que no fue un cambio radical- las soluciones mitológicas tradicionales para investigar de forma desacralizada sobre los problemas del origen y naturaleza del mundo.

Entre las condiciones históricas que pudieron propiciar esta metamorfosis hemos de mencionar, en primer lugar, una condición fundamental: la religión griega carecía de dogmas y de una casta sacerdotal encargada de mantener la ortodoxia (piénsese, en cambio, en la religión católica o en el Islam), como sucedía en otras culturas. De ello, se deduce que las novedades que se produjeran en el campo del pensamiento no atentaban, en principio, con ninguna ideología religiosa intransigente.

Otro hecho importante es el enorme número de migraciones y colonizaciones de los griegos en los siglos VIII y VII a.C. Estas traen como consecuencia el desarraigo de las tradiciones locales, al fundarse enclaves humanos de nuevo cuño. Es curioso que la filosofía no surja en las ciudades más antiguas de la Grecia continental (Atenas, Corinto,…), sino precisamente en tierras de emigrados: las colonias griegas de Asia Menor (Mileto, Efeso) y de la Magna Grecia (sur de Italia). Estas migraciones provocan asimismo que el mundo griego entre en contacto con otras ideas y enriquezca sus puntos de vista. Así, Mileto, la cuna de la filosofía, era una ciudad fronteriza con el ámbito cultural indoiranio.

Ahora bien, este salto alcanzado por los primeros filósofos no significó el abandono completo de las formas de pensamiento anteriores. No olvidemos que filósofos como Anaxágoras en el siglo V a.C., o el mismísimo Sócrates, en el umbral del siglo IV a.C., fueron acusados de impiedad contra los dioses. Por otro lado, autores como el propio Parménides y otros de los denominados presocráticos continuaron, aunque en un marco racional, utilizando el verso épico como forma de expresión de sus pensamientos.

Los contenidos del mito continúan perviviendo en las primeras manifestaciones filosóficas. Así, por ejemplo, cuando Tales de Mileto afirma que todo se origina en el agua y que la tierra flota sobre el agua, no hace sino continuar, traduciéndolos a un nivel racional, los viejos mitos de Océano y Tetis como padres primigenios, o antiguas narraciones del Oriente Próximo.

Las primeras preguntas que se hicieron los jonios serían las siguientes: ¿Podemos deducir la aparente confusión del mundo a algún principio simple y unitario del que proceden las demás cosas? Y si es así, ¿de qué está hecho, en último término, el mundo? ¿Cómo cambió esa unidad originaria para dar lugar a la multiplicidad actual?

Por tanto, estos primeros filósofos consideran que hubo una unidad original –cada uno responderá de forma diferente a la pregunta de cuál era ésta- y establecen en el principio una serie de contrarios, de cuya interrelación se deriva una organización del mundo (racional).

Así, frente a los mitógrafos que ordenaban el mundo como resultado de la voluntad caprichosa de los dioses, los milesios pretenden, por vez primera en la historia, referirse a realidades objetivas y despersonalizadas, aunque naturalmente siguen teniendo un importante componente divino.

¿Del logos al mito?

Sin embargo, hemos tenido que pagar un alto precio por este tránsito hacia el logos. Tal vez, perdimos nuestra capacidad de sorprendernos, nuestro anhelo de trascender… al instalar la razón en el trono de una efímera sabiduría. Ya no sentimos la rabia de Aquiles al conocer la muerte de Patroclo, ni maldecimos su furor cuando el pélida desata las rodillas del valiente Héctor, domador de caballos. Algunos dirán: ¡Sí, nos hicimos adultos! Homero sólo era un niño que chapoteaba al borde de un océano de vagas leyendas, jugando a semidioses y héroes…

No sabemos cómo se produjo ese tránsito del mito al logos, ese viaje de una sola dirección, hacia un destino igualmente desconocido. Pero cabe preguntarse también: ¿es un viaje sin retorno?

Ciertamente, ha habido períodos de nuestra historia donde el vaivén de nuestras emociones ha intentado, en vano, desmontar al logos de su trono. No en vano, tras la Ilustración, surgió el Romanticismo, en un intento de resucitar leyendas ya olvidadas y aflorar las pasiones que antaño movían nuestros pasos.

Pero, me refiero a un auténtico retorno, a un viaje de regreso: del logos al mito, a nuestra primera juventud, cuando los aedos aún se paseaban por nuestras costas, recitando los épicos hexámetros homéricos y nos creíamos capaces de emular a héroes como Heracles, Perseo, o el mismísimo Aquiles, el de los pies ligeros.

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