domingo, 22 de junio de 2008

De Sócrates y la mayéutica

La figura de Sócrates (470-399 a.C.) emerge con brillo inusitado entre el formidable elenco de filósofos que, desde el jonio Tales de Mileto (640-546 a.C.) en adelante, van a “iluminar” el mundo griego y a poner las bases de la filosofía y la búsqueda del conocimiento en Occidente durante siglos. Frente al relativismo de los sofistas, como Protágoras ("el hombre es la medida de todas las cosas"), Sócrates va a revelarse contrario a las enseñanzas de éstos, estableciendo el sentido de la verdad en el pensamiento griego.

Casi todo lo que conocemos de la obra de Sócrates nos ha sido legado por su más afamado discípulo, Platón (427-347 a.C.), en sus conocidos Diálogos (Fedón, Gorgias, Fedro, Protágoras, etc.), ya que el propio Sócrates no escribió nunca nada. Platón hace de Sócrates el personaje principal de sus diálogos, y pone en su boca la filosofía griega, de forma que resulta difícil determinar dónde termina el auténtico pensamiento socrático y dónde empieza la filosofía original de Platón.

La ética socrática

Después del período de los filósofos de la naturaleza como Tales, Anaximandro, Anaxágoras, Demócrito, etc., que se preocuparon por el conocimiento de la naturaleza y por hallar el principio de todas las cosas, los sofistas y también Sócrates van a orientar sus preocupaciones hacia la figura del hombre (la virtud, la verdad, la inmortalidad del alma, etc.).

Sócrates, en particular, considera al hombre desde el punto de vista de la interioridad (”Conócete a ti mismo“) y establece como epicentro de su ética el concepto de areté -virtud-, de tal forma que ésta es la disposición última del hombre, para lo que ha nacido. El hombre, para Sócrates, es malo por ignorancia, esto es, el que no sigue el bien es porque no lo conoce. De ahí, la importancia de conocerse a uno mismo, en el sentido de imperativo moral para que el hombre tome posesión de sí mismo, sea dueño de sí, por el saber.

La mayéutica o “parir la Verdad”

El método inductivo utilizado por Sócrates en los diálogos con sus discípulos es conocido como mayéutica (literalmente “experto en partos”), mediante el cual el maestro extrae, cual “parturienta” -la madre de Sócrates curiosamente había ejercido este oficio-, la verdad a través de un razonamiento dialéctico, basado en preguntas y respuestas, en el que participa activamente el discípulo, es decir, que Sócrates cree firmemente en que el conocimiento de la verdad está ya, de forma innata, en nosotros, y que únicamente es necesario extraerlo mediante el uso de la razón.

Sócrates utiliza, por tanto, una método eminentemente práctico, aunque se apoye en la dialéctica y en la fina ironía, para “extraer” la verdad y establecer así principios universales, oponiéndose claramente a los filósofos sofistas que, utilizando la retórica, plantean discusiones que no conducen a nada, llegando al extremo máximo de convencer al auditorio de algo para, de inmediato, demostrar lo contrario.

Un ejemplo: el Gorgias

El diálogo platónico conocido como Gorgias toma su nombre del filósofo sofista Gorgias de Leontino. Vamos a detenernos, en particular, en el razonamiento que realiza Sócrates frente a su interlocutor, Polo, sobre una cuestión aparentemente trivial: ¿Es preferible recibir una injusticia o cometerla?
 
El maestro plantea a Polo la cuestión inicial del debate:

SÓC. –– Para que lo sepas, respóndeme como si empezando de nuevo te preguntara: ¿Qué es peor, a tu juicio, cometer injusticia o recibirla?
POL. ––Recibirla, según mi opinión.
Polo opina, hasta ahora, que es preferible cometer una injusticia sobre alguien, que recibirla sobre uno mismo. A primera vista, parece una deducción lógica, y muchos de nosotros pensaríamos de idéntica manera. Veamos, no obstante, como Sócrates deriva la cuestión, aparentemente intrascendente, hacia los conceptos metafísicos de bien, mal, belleza, virtud…
SÓC. –– ¿Y qué es más feo, cometer injusticia o recibirla? Contesta.
POL. ––Cometerla.
SÓC. –– Por consiguiente, es también peor, puesto que es más feo.
POL. –– De ningún modo.
SÓC. –– Ya comprendo; crees, según parece, que no es lo mismo lo bello y lo bueno, lo malo
y lo feo.
POL. –– No, por cierto.

Primera contradicción en que “cae” presuntamente Polo. Sócrates pasará ahora a demostrar que éste se equivoca y que lo bello y lo bueno, lo feo y lo malo son una misma cosa.

SÓC. ––¿Y qué piensas de esto? A todas las cosas bellas, como los cuerpos, los colores, las figuras, los sonidos y las costumbres, ¿las llamas en cada ocasión bellas sin ninguna otra referencia? Por ejemplo, en primer lugar, a los cuerpos bellos, ¿no los llamas bellos o por su utilidad, con relación a lo que de cada uno de ellos es útil, o por algún deleite, si su vista produce gozo a quienes los contemplan? ¿Puedes decir algo más aparte de esto sobre la belleza del
cuerpo?
POL. –– No puedo.
SÓC. –– Y del mismo modo todo lo demás; las figuras y los colores, ¿no los llamas bellos por algún deleite, por alguna utilidad o por ambas cosas?
POL. –– Sí.
SÓC. –– ¿Y, asimismo, los sonidos y todo lo referente a la música?
POL. –– Sí.
SÓC. –– Ciertamente también en lo referente a las leyes y costumbres; las que son bellas no carecen, sin duda, de esta cualidad, la de ser útiles o agradables o ambas cosas juntas.
POL. –– No carecen, en verdad, según creo.
SÓC. –– ¿Y así es también la belleza de los conocimientos?
POL. –– Exactamente. Por cierto que ahora das una buena definición al definir lo bello por el placer y el bien.
SÓC. –– ¿No se define, entonces, lo feo por lo contrario, por el dolor y el mal?
POL. –– Forzosamente.
SÓC. –– Así pues, cuando entre dos cosas bellas una es más bella que la otra, es porque la supera en una de estas dos cualidades o en ambas; esto es, en placer, en utilidad o en uno
y otra.
POL. ––Cierto.
SÓC. ––También cuando entre dos cosas feas una es más fea que la otra es porque la supera en dolor o en daño; ¿no es preciso que sea así?
POL. –– Sí.

Sócrates ha terminado por hacer llegar a Polo a la conclusión de que su razonamiento de que lo malo y lo feo, lo bueno y lo bello no van indisolublemente unidos es contradictorio. Ahora puede retomar la cuestión inicial…

SÓC. ––Pues prosigamos. ¿Qué decíamos hace poco sobre cometer injusticia y recibir injusticia? ¿No decías que recibirla es peor y que cometerla es más feo?
POL. –– Sí lo decía.
SÓC. –– Luego, si cometer injusticia es más feo que recibirla, ¿no es, ciertamente, más doloroso y sería más feo porque lo supera en dolor o en daño, o en ambas cosas juntas? ¿No es preciso que sea así también esto?
POL. –– ¿Cómo no?
SÓC. –– Examinemos en primer lugar esto; ¿acaso cometer injusticia produce mayor dolor que recibirla, y los que cometen injusticia experimentan mayor sufrimiento que los que la reciben?
POL. –– Esto de ningún modo, Sócrates.
SÓC. ––Luego no lo supera en dolor.
POL. –– Ciertamente, no.
SÓC. –– Y bien, si no lo supera en dolor, tampoco en ambas cosas juntas.
POL. –– Parece que no.
SÓC. ––Queda, pues, que lo supere en la otra.
POL. ––Sí.
SÓC. –– En el daño.
POL. ––Es probable.
SÓC. –– Entonces, si lo supera en daño, cometer injusticia es peor que recibirla.
POL. –– Es evidente.

Polo concluye por reconocer que cometer injusticia es peor que recibirla, ya que aquélla es más dañina para el hombre que ésta. La conclusión de cuál de ellas es preferible para el hombre es, por tanto, fácilmente deducible.

SÓC. ––¿No es cierto que la mayoría de los hombres reconocen, y también tú lo reconocías hace poco, que es más feo cometer injusticia que recibirla?
POL. –– Sí.
SÓC. –– Y ahora resulta evidente que es más dañoso.
POL. ––Así parece.
SÓC. –– ¿Preferirías, entonces, lo más dañoso y lo más feo a lo menos? No vaciles en responder, Polo; no vas a sufrir ningún daño. Entrégate valientemente a la razón como a un médico y responde; di sí o no a lo que te pregunto.
POL. –– Pues no lo preferiría, Sócrates.
SÓC. –– ¿Lo preferiría alguna otra persona?
POL. –– Me parece que no, al menos según este razonamiento.
SÓC. ––Luego era verdad mi afirmación de que ni yo, ni tú, ni ningún otro hombre preferiría cometer injusticia a recibirla, porque es precisamente más dañoso.
POL. ––Así parece.

Sócrates extrae de la deducción razonada a la que ha llegado Polo una Verdad Universal (siempre según el razonamiento socrático): el hombre prefiere recibir una injusticia que cometerla, por cuanto ésta última es más dañina para sí mismo.

La muerte de Sócrates

J.L. David-La muerte de Sócrates
La figura de Sócrates se engrandece, si cabe, aún más, aparte de por su filosofía, su ética y su modo de vivir, por su modo de afrontar la muerte.

Algunos miembros de la sociedad ateniense no veían con buenos ojos sus enseñanzas, su aparente desprecio por los dioses -Sócrates afirmaba la presencia junto a él de un genio o demonio (daimon) familiar, cuya voz le aconsejaba en los momentos capitales de su vida-, su actitud crítica que había dado lugar a una imagen desfigurada y hostil (por ejemplo, en comedias de Aristófanes como Las nubes).

Acusado y juzgado por los tribunales atenienses por “impiedad y corrupción de la juventud”, Sócrates, firmemente convencido de su inocencia, se defiende ante el tribunal con un ímpetu no exento de ironía (lo esencial de esta defensa lo recoge Platón en su Apología de Sócrates). No obstante, cuando es sentenciado definitivamente a muerte (bebiendo cicuta), Sócrates, a pesar de intentar ser convencido por sus discípulos y amigos de la posibilidad de huir y exiliarse de Atenas, asume su destino. Prefiere mantenerse fiel a los principios por los que se ha regido toda su vida y respetar las instituciones de la polis, aunque éstas le hayan condenado injustamente.

Citemos aquí el epílogo final del discurso de Sócrates en la Apología, dirigiéndose a los jueces que le han condenado, de una belleza imperecedera:
“Es preciso que también vosotros, jueces, estéis llenos de esperanza con respecto a la muerte y tengáis en el ánimo esta sola verdad, que no existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto, y que los dioses no se desentienden de sus dificultades. Tampoco lo que ahora me ha sucedido ha sido por casualidad, sino que tengo la evidencia de que ya era mejor para mí morir y librarme de trabajos. Por esta razón, en ningún momento la señal divina me ha detenido y, por eso, no me irrito mucho con los que me han condenado ni con los acusadores. No obstante, ellos no me condenaron ni acusaron con esta idea, sino creyendo que me hacían daño. Es justo que se les haga este reproche. Sin embargo, les pido una sola cosa. Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles las mismas molestias que yo a vosotros, si os parece que se preocupan del dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la virtud, y si creen que son algo sin serlo, reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan de lo que es necesario y que creen ser algo sin ser dignos de nada. Si hacéis esto, mis hijos y yo habremos recibido un justo pago de vosotros. Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios.”

Se convierte así Sócrates en una figura inmortal, en el “superhombre” nietzscheano, que se mantiene fiel a sí mismo y a su voluntad, tanto en la vida como en la muerte, elevándose por encima de la fragilidad innata al ser humano; amando la vida, sí, pero sin renunciar por ella a la Verdad en la que creía firmemente.

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