La singular obra maestra del pintor Hieronimus van Aeken, "El Bosco", conocida como "El Jardín de las Delicias", vuelve a estar de plena actualidad por la exposición que tiene lugar en estos meses en El Prado con motivo del V Centenario del fallecimiento del genio de Hertogenbosch, así como por la emisión en salas de cine y en TV del excelente documental "El Bosco: El Jardín de los Sueños", dirigido por José Luis López Linares.
Pero casi todo en esta obra es sorprendente, desde la misma concepción en forma de tríptico, esto es, el característico retablo portátil compuesto por tres paneles, de los cuales los dos exteriores se cierran a modo de puertas sobre el panel central. De hecho, estos trípticos que se situaban en capillas o altares, se solían abrir totalmente al público sólo en ocasiones especiales, como festividades de Santos Patronos o de la Virgen.
Hay que ponerse en los ojos de un espectador de la época y entender el impacto que supondría el contraste entre el aspecto exterior de este tríptico y las maravillas contenidas en su interior. Así, el exterior del tríptico representa en grisalla (con tonos grises y oscuros) el tercer día de la Creación del Mundo, con una sobriedad que en nada hace presuponer lo que encierra tras él. Arriba a la izquierda, contemplamos la figura de Dios Padre, mientras que en la parte superior de ambas tablas sendos textos en latín procedentes del Génesis bíblico aluden a ese momento de la Creación. La Tierra es pintada como una superficie plana (según la concepción propia de la época) rodeada por una esfera translúcida que representa la bóveda celeste.
La apertura de los paneles supone la contemplación del tríptico propiamente dicho, en una explosión de luz y color que dejan atónito al espectador. La depurada técnica de la escuela flamenca emerge gracias a esas finas veladuras conseguidas mediante aglutinantes basados en diversos óleos de fórmulas secretas que permitían disponer varias capas de pigmento sobre la tabla (o sobre el lienzo) para alcanzar así unas calidades excepcionales en los detalles.
Los tres paneles, aparentemente totalmente distintos entre sí en forma y contenido están vinculados por un concepto esencial que, como veremos, preside toda la obra: el pecado. Por otro lado, el número tres (la Santísima Trinidad) parece repetirse en la estructura de la obra: es un tríptico, pero también, a su vez, cada uno de los tres paneles presenta tres planos distintos que se superponen verticalmente, como veremos a continuación.
El panel izquierdo: el Paraíso Terrenal
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Panel izquierdo (el Paraíso) |
En el panel de la izquierda se representa el Paraíso Terrenal. En primer plano, destacan claramente tres figuras: Dios Padre -representado con el rostro de Jesucristo-, Adán y Eva. Jesucristo mira directamente al espectador mientras sujeta el brazo de Eva y bendice su unión con Adán. Es singular la representación del rostro de Cristo en la figura de Dios Padre, y de hecho, analizando el infrarrojo subyacente, se ha descubierto que inicialmente El Bosco pintó el rostro de un anciano de barba blanca en la iconografía clásica de Dios Padre, para luego arrepentirse y sustituirlo definitivamente por el de un jovial Jesús. A la izquierda de Adán, encontramos el árbol de la Vida, en la forma de un drago milenario.
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Panel izquierdo (detalle) |
El plano medio, por su parte, se centra en una estructura rosada fantástica, con la forma de un pináculo gótico, que representa la fuente de los cuatro ríos del Paraíso, mientras que a su derecha, sobre una roca antropomórfica (el rostro del Diablo), encontramos el Árbol de la Ciencia, o del Bien y del Mal, con la serpiente enroscándose en él.
El plano superior, finalmente, muestra un paisaje de extrañas formas rocosas, presentando las más lejanas un irreal colorido azulado que se funde con el cielo del horizonte.
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Panel izquierdo (detalle) |
Diversos animales pululan por doquier, desde el estanque del plano inferior, hasta las aguas de las que emerge la fuente de los cuatro ríos. Encontramos tanto animales reales como fantásticos, pero no parecen situados según un criterio específico, dando una sensación de cierto caos hacia el espectador, algo que se repetirá, pero muchísimo más acentuado, en los otros dos paneles. Esta sensación de cierto desorden o más bien de libre albedrío en la representación del Jardín del Edén transmite una impresión de Naturaleza salvaje e idílica, en su puro estado primigenio, anterior a cualquier corrupción.
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Panel izquierdo (detalle) |
La representación de Jesucristo parece unir en este panel dos hitos bíblicos en uno, ambos ligados al pecado. Por un lado, la presencia de la serpiente alude al pecado original y la consiguiente expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Por otro lado, como sabemos, la llegada del Redentor Jesucristo traerá el perdón de todos los pecados del hombre. Pecado y redención parecen pues unirse en esta original representación del Paraíso por El Bosco. Pero, como veremos, no hay redención posible para los pecados de la carne.
El panel central: el Jardín de las Delicias
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Panel central: el Jardín de las Delicias |
Si el Jardín del Edén representado en el panel izquierdo puede considerarse, en cierta medida, dentro de los cánones de una iconografía más o menos tradicional, con el jardín que contemplamos en el panel central y que da nombre a la obra, perdemos cualquier referencia posible.
¿Qué es exactamente lo que El Bosco quiere representar en este panel? Mientras que el Paraíso o el Infierno pueden considerarse espacios "reales", esto es, que existen como tales dentro de la tradición judeocristiana, en cambio, el Jardín que ahora contemplamos ante nuestros ojos, ¿representa un espacio "real" o es una pura invención onírica nacida de la psique más profunda y grotesca del artista?
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Panel central (detalle) |
De nuevo, de forma análoga al panel izquierdo, podemos diferenciar tres planos verticales sucesivos. El inferior está compuesto por una acumulación caótica de figuras humanas desnudas, hombres y mujeres, blancos y negros, dispuestos bien por parejas o en grupos. Algunos simplemente conversan entre sí, otros adoptan posturas más o menos acrobáticas de claro contenido sexual.
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Panel central (detalle) |
Además de los desnudos, el otro elemento que llama la atención es la proliferación de frutos variados de un tamaño desproporcionado en casi todas las escenas, así como la presencia de enormes pájaros que alimentan aquí y allá las bocas de individuos, como si fueran sus hambrientas crías.
El pecado de la lujuria envuelve claramente toda la escena, pero cada grupo de individuos es autónomo en sí mismo, como ajeno a lo que se desenvuelve a su alrededor. No existe ningún tipo de vínculo narrativo entre las diversas escenas. Los frutos y otras estructuras minerales que aparecen representan, sin duda, la fragilidad de lo efímero. Los placeres de la carne, al igual que el sabor de los frutos, aunque deliciosos, son goces fugaces que no perduran en el tiempo.
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Panel central (detalle) |
Todo ello se mezcla al mismo tiempo con escenas que ilustran refranes no exentos de fina ironía, y que eran conocidos entre las gentes de la época, como el que representa, por ejemplo, a una pareja de amantes dentro de una esfera de cristal que se resquebraja, y que alude al refrán flamenco: "La felicidad es como el vidrio, se rompe pronto...". A su derecha, otra imagen muestra una representación metafórica del adulterio: un pobre marido cornudo transporta sobre sus espaldas un mejillón (símbolo del sexo femenino), en cuyo interior se adivinan yaciendo los cuerpos de su esposa y el amante de ésta.
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Panel central (detalle) |
En definitiva, se alude a lo efímero de los actos sensuales y de la lujuria, como pecado supremo, dentro de un espacio onírico en el que todo orden y armonía de un jardín idílico han desaparecido por completo. Si observamos con detalle los rostros de mujeres y hombres, no hay satisfacción ni deleite en ellos, sino una sensación de angustia, de desesperanza, lo que denota una visión pesimista del destino que espera al hombre por sus actos.
No falta en esta bacanal de frenesí la alusión a la causa final de esta perdición: el pecado original. Si observamos el detalle de la esquina inferior derecha, vemos al único individuo vestido (¿San Juan Bautista?), que mira directamente al espectador señalando con el dedo acusador a una Eva que sostiene la manzana de la discordia con su mano derecha.
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Panel central (detalle) |
El plano medio del panel muestra un estanque en el que se bañan mujeres desnudas, mientras a su alrededor una larga caravana de hombres también desnudos montados sobre animales diversos (caballos, toros, osos, ciervos, jabalíes, unicornios, camellos, ...) gira en círculos, como en una especie de ritual de tipo orgiástico previo al apareamiento. En la mente medieval, los animales representarían alegóricamente las distintas pasiones o pecados capitales. En cualquier caso, el conjunto es una continuación del delirio sexual ya observado en la parte inferior.
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Panel central (detalle) |
Finalmente, el paisaje del fondo vuelve a mostrar de nuevo como elemento central la fuente de los cuatro ríos, pero esta vez, la estructura mineral está resquebrajada (de nuevo, la referencia a lo efímero), y se representan otras cuatro estructuras fantásticas de formas extrañas, en las cuales cohabitan hombres y bestias en posturas y cabriolas de todo tipo. La desnudez, la concupiscencia, los frutos y los animales reales y fantásticos siguen presentes en este paisaje irreal de fantasía.
El Jardín idílico del panel de la izquierda se ha transformado, por tanto, en un escenario donde imperan el caos, la lascivia, el mundo al revés, el delirio, la locura,... Desde el punto de vista de la moral judeocristiana, este universo de demencia y degeneración sólo puede tener una consecuencia final: el que se muestra en todo su horror en el panel de la derecha.
El panel derecho: el Infierno musical
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Horas del Duque de Berry (Infierno) |
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Panel derecho: el Infierno |
El panel derecho del tríptico representa el Infierno, pero no se trata de un infierno según la representación más tradicional que podemos contemplar en muchos manuscritos del Medievo, donde proliferan sobre todo llamas y demonios por doquier.
En la obra de El Bosco todo es mucho más enigmático, por supuesto. Pero siempre está presente el pecado como elemento angular, sólo que ahora no es únicamente la lujuria como en el panel central, sino que aparecen individuos condenados por el resto de pecados: gula, avaricia, soberbia, pereza,...
El contraste pictórico con el panel central es evidente, pues pasamos de un paisaje onírico pleno de luz y colorido en el jardín, a uno de pesadilla donde predominan los tonos oscuros (negros y ocres).
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Panel derecho (detalle) |
Podemos, en línea con los dos paneles anteriores, distinguir tres planos diferenciados. El inferior es el que ha dado nombre a este panel por la presencia de una serie de instrumentos de música de tamaño descomunal. Aquí los instrumentos no representan armonía, sino una melodía diabólica propia de los actos carnales (música profana). Los enormes instrumentos son incluso utilizados físicamente como elementos de tortura para los condenados, como se puede ver en el laúd y el arpa situados a la izquierda.
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Panel derecho (detalle) |
El otro centro de atención de la parte inferior del panel es un monstruo con cabeza de pájaro y cuerpo humanoide, sentado en un trono a modo de retrete, que devora a sus víctimas y las defeca en una inmunda fosa en la que se observan rostros humanos. Alrededor de dicha fosa, somos testigos de otros tantos pecados capitales, como la gula (el hombre arrodillado que es obligado a vomitar), la soberbia (la mujer cuyo rostro se refleja en un espejo que es el trasero de un monstruo), o la avaricia (el condenado que defeca monedas de oro).
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Panel derecho (detalle) |
Pero no acaban ahí las penas, pues también podemos contemplar a la izquierda a los condenados por los vicios del juego (naipes, tablero con dados), o incluso la alusión a la corrupción del clero, representado en el cerdo con la toca de una monja que se abraza lascivamente a un hombre en el extremo inferior derecho.
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Panel derecho (Hombre-Árbol) |
Este Infierno de pesadilla tiene su continuidad en una zona central de tonalidades aún más oscuras, en la que sobresale, en un blanco mortecino, la figura tal vez más representativa y conocida de toda la obra: el Hombre-Árbol, representación del diablo. Su grotesca figura en forma de huevo se apoya sobre un par de troncos huecos que terminan en barcas a modo de pies. El interior del huevo sirve de taberna a diversos seres. Lo más singular es sin duda la mirada que dirige al espectador, entre melancólica y socarrona, como disfrutando del espectáculo de toda la escena.
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Panel derecho (detalle) |
Sirviendo de nexo con la parte superior del panel, un par de gigantescas orejas con un enorme cuchillo entre ellas (tal vez, representación de los genitales masculinos) avanzan aplastando a los condenados a su paso
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Panel derecho (detalle) |
Al contrario que en el Edén o en el Jardín de las Delicias, en el paisaje del Infierno no hay un horizonte claro. Sin solución de continuidad al espacio inferior, el paisaje superior está constituido por unas construcciones que arrojan luces espectrales procedentes de las llamas que arden en sus interiores, todo ello envuelto por una oscuridad claustrofóbica que deja intuir los tormentos que suceden bajo su manto.
Toda la obra denota, pues, un profundo pesimismo, con el pecado como nexo de unión presente en todo momento y lugar. Deja en el espectador después de su contemplación, además de muchos enigmas por lo fantástico y grotesco de su composición, una sensación de destino inexorable. No existe libre albedrío para el hombre (¿o sí?), pues el pecado es parte inherente a su propia esencia (¿podemos resistirnos a las tentaciones de la carne?). Pero además no hay redención posible, sólo el eterno tránsito por las inefables condenas del Infierno.
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