El período conocido como Romanticismo supone la eclosión de la música en una cantidad tal de geniales compositores a todo lo largo y ancho del siglo XIX, que supone una auténtica bendición para todos los melómanos. Para los que, en particular, amamos el género sinfónico, se trata de una época inigualable por la fecundidad, diversidad, profundidad y exquisita belleza de muchísimas obras. La orquesta alcanza ahora sus mayores dimensiones, incorporándose incluso el instrumento coral al repertorio sinfónico, creándose una atmósfera de perfecta armonía y simbiosis entre los diversos instrumentos.
Lo romántico supone, pues, el triunfo de lo subjetivo, de lo íntimo, del sentimiento pasional frente a la fría razón objetiva y a la mesura contenida del clasicismo. En este sentido, lo romántico posee un profundo contenido espiritual, casi místico, de recogimiento interior, pero es también a la vez tempestuoso, temperamental, rebelde..., en constante búsqueda de la anhelada y sublime perfección.
Lo romántico supone, pues, el triunfo de lo subjetivo, de lo íntimo, del sentimiento pasional frente a la fría razón objetiva y a la mesura contenida del clasicismo. En este sentido, lo romántico posee un profundo contenido espiritual, casi místico, de recogimiento interior, pero es también a la vez tempestuoso, temperamental, rebelde..., en constante búsqueda de la anhelada y sublime perfección.
La cultura germana, que en tantas ramas del saber es ciertamente fecunda en este siglo XIX, va a dejar también en la música un legado absolutamente inigualable. Nadie ha entendido el Romanticismo en la música en todas sus dimensiones como los alemanes, probablemente por la influencia literaria de Goethe y del movimiento Sturm und Drang ("Tormenta e Ímpetu"), que puso un énfasis extremo en lo subjetivo, en lo pasional, en romper los encorsetamientos estéticos académicos y adentrarse en los desconocido. Fue, entonces, lo literario el percutor de una música revolucionaria que alcanza ahora cotas gigantescas de dramatismo, de intensidad, de sublime belleza...
Y fue quizás un defecto, un error de la Naturaleza, el que lo cambió todo. Con poco más de treinta años, un músico genial nacido en Bonn expresaba su inmensa soledad, su tremendo drama interior, en una carta dirigida a sus hermanos: "¡Oh, hombres que me juzgáis malvado, testarudo o misántropo! ¡Cuán equivocados estáis! Desde mi infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno sentimiento de bondad [...] pero, reflexionad que hace ya seis años en los que me he visto atacado por una dolencia incurable [... ] nacido con un temperamento ardiente y vivo, hasta inclusive susceptible a las distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en soledad [...] ¡Ah! Como era posible que yo admitiera tal flaqueza en un sentido que en mi debiera ser más perfecto que en otros, un sentido que una vez poseí en la más alta perfección, una perfección tal como pocos en mi profesión disfrutan o han disfrutado. ¡Oh!, no puedo hacerlo, entonces perdonadme cuando me veáis retirarme cuando yo me mezclaría con vosotros con agrado [...] Debo vivir como un exiliado, si me acerco a la gente un ardiente terror se apodera de mí, un miedo de que puedo estar en peligro de que mi condición sea descubierta..."
Esta carta es conocida como el "Testamento de Heiligenstadt" y fue escrita en 1802 por Ludwig van Beethoven (1770-1827). Fue precisamente entonces, durante su estancia en Heiligenstadt, cuando Beethoven comenzó a componer su Tercera Sinfonía, la conocida como "Heroica", cuya Marcha Fúnebre en el segundo movimiento expresa ese carácter sombrío, desolador, que es santo y seña del nuevo sentimiento romántico. Esta sinfonía (ver en el blog la entrada "De la génesis del Romanticismo en el arte", de febrero de 2015) marcará un antes y un después en la forma sinfónica.
El compendio de sus nueve sinfonías representan la Capilla Sixtina de la música, y al igual que al contemplar esos frescos increíbles de Miguel Ángel, sólo es posible permanecer atónito al escuchar esos sonidos que parecen ser más bien obra de un Ser Divino, que de un ser terrenal. No importa cuántas veces se escuchen..., siempre hay un matiz nuevo, una sensación diferente, un sentimiento distinto, que aparecen como por arte de magia. Sí, tal vez Beethoven fue un prestidigitador, antes que un músico..., porque si no, ¿cómo es posible que un individuo sordo compusiera en su cabeza esa música de fuerza imponente, de terrible dolor o de alegría desbordante, una música como jamás otra ha hollado lo más profundo del espíritu humano?
De un repertorio orquestal donde casi todo es genial, intentaremos hacer un esfuerzo para seleccionar aquellas obras que más nos han fascinado:
Junto al maestro de Bonn, otro compositor cuya obra representa la transición del Clasicismo al Romanticismo es el vienés Franz Schubert (1797-1828), cuya temprana muerte con sólo 31 años no le impidió dejarnos excelentes piezas orquestales y de cámara. Su afición a la composición improvisada de canciones junto a sus amigos le ha hecho pasar a la posteridad como el maestro de los lieder (una canción lírica escrita a partir de un poema para voz solista y acompañamiento). Schubert agrupó estas canciones en ciclos basados en el desarrollo de una temática común.
Quizás su canción más famosa sea la conocida popularmente como Ave María, originalmente Ellens Gesang III ("Tercera canción de Ellen"), D. 839 (el catálogo schubertiano fue realizado por el musicólogo Otto Erich Deutsch, de ahí la letra D utilizada para identificar sus obras), perteneciente a su ciclo de siete canciones sobre La dama del lago, un poema de Sir Walter Scott.
En cuanto a su repertorio orquestal, consideramos imprescindibles:
El alemán Robert Schumann (1810-1856) representa la auténtica personalidad romántica, no sólo por su música, sino también por su propio carácter bipolar que, en sus últimos años, le llevaría a una profunda depresión y a un intento de suicidio. Entre sus obras recomendamos particularmente sus cuatro sinfonías:
Si la música de Brahms representa, en cierta medida, una continuación de la obra beethoveniana, la irrupción de Richard Wagner (1813-1883) supone una revolución total en el escenario musical. Wagner centró prácticamente toda su producción en el repertorio operístico, pero no se trató de ópera en el sentido clásico, sino de la creación de un género prácticamente nuevo, el "drama musical", o como él mismo lo definió: la Gesamtkunstwerk, la “obra de arte total”, una creación que unía drama, poesía y música en una perfecta armonía.
Como dramaturgo, él mismo escribió los propios libretos de sus obras, pero además amplió las dimensiones de la orquesta e introdujo incluso nuevos instrumentos -como la tuba wagneriana- para llevar los diversos "leitmotivs" orquestales a límites insospechados de riqueza cromática. Su obsesión por la perfecta reproducción de sus monumentales composiciones le llevó a construir, gracias al mecenazgo de Luis II de Baviera, su propio teatro de ópera en Bayreuth, específicamente diseñado hasta el más mínimo detalle para la representación de sus obras.
En definitiva, todo en la obra de Wagner, quizás hasta su propia megalomanía, es de dimensiones épicas. Pero si olvidamos todo lo demás -el supuesto antisemitismo del compositor, la "nazificación" de su música durante el régimen de Hitler, el pangermanismo,...-, y escuchamos sólo su música, nos encontraremos, sin dudarlo, ante momentos absolutamente sublimes de pura belleza y profunda emoción en los que sobran las palabras.
Entre sus dramas musicales más famosos destaca por encima de todos su monumental tetralogía El Anillo del nibelungo, compuesta por un prólogo, El Oro del Rhin, y tres jornadas sucesivas, La Valkiria, Sigfrido y finalmente El ocaso de los dioses (ver entrada del blog http://ernestagoras.blogspot.com.es/2009/12/del-anillo-wagneriano-i-el-oro-del-rhin.html y siguientes de diciembre de 2009). Rescatemos uno de los momentos más memorables de este excepcional drama musical en el aria correspondiente al Acto III, Escena 3ª de La Valkiria, en la que Wotan (barítono) se despide de su hija Brunilda, sabiendo que no la volverá a ver jamás: "¡Adios, osada, magnífica niña!¡Tú, de mi corazón el más sagrado orgullo!¡Adios!¡Adios!¡Adios! [...] ¡Que el cobarde huya de la roca de Brunilda!¡Que sólo uno pretenda a esta novia, uno más libre que yo, el dios!"
El Romanticismo tardío tiene en el compositor austríaco Anton Bruckner (1824-1896) un digno -aunque tal vez poco conocido- representante. Admirador de la obra wagneriana y profundamente religioso, sus larguísimas nueve sinfonías, de las cuales la Tercera la dedicó al propio Wagner, son de una monumentalidad y espiritualidad sorprendentes. Entre sus principales obras tenemos que mencionar:
Y fue quizás un defecto, un error de la Naturaleza, el que lo cambió todo. Con poco más de treinta años, un músico genial nacido en Bonn expresaba su inmensa soledad, su tremendo drama interior, en una carta dirigida a sus hermanos: "¡Oh, hombres que me juzgáis malvado, testarudo o misántropo! ¡Cuán equivocados estáis! Desde mi infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno sentimiento de bondad [...] pero, reflexionad que hace ya seis años en los que me he visto atacado por una dolencia incurable [... ] nacido con un temperamento ardiente y vivo, hasta inclusive susceptible a las distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en soledad [...] ¡Ah! Como era posible que yo admitiera tal flaqueza en un sentido que en mi debiera ser más perfecto que en otros, un sentido que una vez poseí en la más alta perfección, una perfección tal como pocos en mi profesión disfrutan o han disfrutado. ¡Oh!, no puedo hacerlo, entonces perdonadme cuando me veáis retirarme cuando yo me mezclaría con vosotros con agrado [...] Debo vivir como un exiliado, si me acerco a la gente un ardiente terror se apodera de mí, un miedo de que puedo estar en peligro de que mi condición sea descubierta..."
Esta carta es conocida como el "Testamento de Heiligenstadt" y fue escrita en 1802 por Ludwig van Beethoven (1770-1827). Fue precisamente entonces, durante su estancia en Heiligenstadt, cuando Beethoven comenzó a componer su Tercera Sinfonía, la conocida como "Heroica", cuya Marcha Fúnebre en el segundo movimiento expresa ese carácter sombrío, desolador, que es santo y seña del nuevo sentimiento romántico. Esta sinfonía (ver en el blog la entrada "De la génesis del Romanticismo en el arte", de febrero de 2015) marcará un antes y un después en la forma sinfónica.
El compendio de sus nueve sinfonías representan la Capilla Sixtina de la música, y al igual que al contemplar esos frescos increíbles de Miguel Ángel, sólo es posible permanecer atónito al escuchar esos sonidos que parecen ser más bien obra de un Ser Divino, que de un ser terrenal. No importa cuántas veces se escuchen..., siempre hay un matiz nuevo, una sensación diferente, un sentimiento distinto, que aparecen como por arte de magia. Sí, tal vez Beethoven fue un prestidigitador, antes que un músico..., porque si no, ¿cómo es posible que un individuo sordo compusiera en su cabeza esa música de fuerza imponente, de terrible dolor o de alegría desbordante, una música como jamás otra ha hollado lo más profundo del espíritu humano?
De un repertorio orquestal donde casi todo es genial, intentaremos hacer un esfuerzo para seleccionar aquellas obras que más nos han fascinado:
- Sus nueve sinfonías: las dos primeras, op. 21 y op, 36, son todavía de estilo más bien clásico y con una enorme influencia de su maestro Haydn. De las restantes, hay que señalar como absolutamente imprescindibles: la 3ª en mi bemol mayor, op. 55, "Heroica", la 5ª en do menor, op. 67, la 6ª en fa mayor, op. 68, "Pastoral", y, por supuesto, la 9ª en re menor, op. 125, "Coral", que introdujo la presencia de solistas y coro en la "Oda a la Alegría" (con texto de Schiller).
- Los cinco conciertos para piano y orquesta, muy especialmente el nº 5 en mi bemol mayor, op. 73, "Emperador".
Beethoven: Sinfonía nº 5 en do menor, op. 67 (I. Allegro con brio)
- Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61.
- Triple concierto para violín, piano y violonchelo en do mayor, op. 56.
- Fantasía para piano, coro y orquesta, op. 80. Un ensayo de lo que sería luego el movimiento coral de su 9ª sinfonía.
- Sus magníficas oberturas (para ballet, ópera,...), en particular: Las criaturas de Prometeo, op. 43, Coriolano, op. 62, Leonora nº 3, op. 72a, Fidelio, op.72b y Egmont, op. 84.
Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 5 en mi bemol mayor, op. 73 (II. Adagio un poco mosso)
Beethoven: Obertura Coriolano, op. 62
- Sonata para piano nº 8 en do menor, "Patética", op. 13.
- Sonata para piano nº 14 en do sostenido menor, "Claro de luna", op. 27 nº 2. Su primer movimiento, un "Adagio sostenuto", es la melancolía hecha música.
- Sonata para piano nº 17 en re menor, op. 31 nº 2, "La Tempestad". Increíble la alternancia en el primer movimiento ("Largo-Allegro") de instantes de pacífica tranquilidad con otros de tormentoso ímpetu.
- Sonata para piano nº 21 en do mayor, op. 53, "Waldstein".
- Sonata para piano nº 23 en fa menor, op, 57, "Appassionata".
- Sonata para piano nº 26 en mi bemol mayor, op. 31a, "Los Adioses".
- Sonata para piano nº 29 en si bemol mayor, op. 106, "Hammerklavier". Una auténtica sinfonía para el piano.
Beethoven: Sonata para piano nº 14 en do sostenido menor, op. 27 nº 2 (I. Adagio sostenuto)
- Sonatas para violín y piano nº 5 en fa mayor, op. 24, "Primavera", y nº 9 en la mayor, op. 47, "Kreutzer".
- Sus 16 cuartetos de cuerda son una integral imprescindible en la historia de la música de cámara. Destacamos los 3 cuartetos op. 59 dedicados al conde Razumovsky, así como los cinco últimos: nº 12 en mi bemol mayor, op. 127, nº 13 en si bemol mayor, op. 130, nº 14 en do sostenido menor, op. 131, nº 15 en la menor, op. 132 y nº 16 en fa mayor, op. 135.
- Septimino en mi bemol mayor, op. 20. Su "minueto" es muy conocido.
Beethoven: Sonata para violín y piano nº 5 en fa mayor, op. 24, "Primavera" (I. Allegro)
- Gran Fuga en si bemol mayor, op. 133. Obra tardía, compleja y adelantada a su tiempo.
Beethoven: Septimino en mi bemol mayor, op. 20 (III. Tempo di minuetto)
De su música sacra nos quedamos con el oratorio Cristo en el monte de los olivos, op. 85, y, sobre todo, con su profundamente romántica Missa solemnis en re mayor, op. 123, cuyo solo de violín en el "Sanctus Benedictus" es otro más de esos momentos "mágicos" con los que Ludwig nos deleitó.
Beethoven: Missa Solemnis, op. 123 (Sanctus: Benedictus)
Sin embargo, en el terreno operístico, Beethoven no fue tan prolífico ni brillante y, de hecho, sólo compuso una ópera en toda su vida, Fidelio, a la que dedicó, sin embargo, muchos años y esfuerzos. Parece que esta pobreza en el repertorio de la ópera se debió a que el maestro de Bonn no consiguió encontrar a lo largo de su vida temas adecuados para este género musical, o quizás sus expectativas fueron demasiado altas. La realidad es que probablemente ni siquiera su única ópera esté a la altura del resto de su brillantísimo repertorio, lo cual no significa que no sea una obra muy recomendable.
Schubert |
Quizás su canción más famosa sea la conocida popularmente como Ave María, originalmente Ellens Gesang III ("Tercera canción de Ellen"), D. 839 (el catálogo schubertiano fue realizado por el musicólogo Otto Erich Deutsch, de ahí la letra D utilizada para identificar sus obras), perteneciente a su ciclo de siete canciones sobre La dama del lago, un poema de Sir Walter Scott.
Schubert: Ave María
En el repertorio sinfónico, Schubert compuso, al igual que Beethoven, nueve sinfonías, de las cuales podemos destacar las siguientes:- Sinfonía nº 4 en do menor, D. 417, "Trágica".
- Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, D. 485.
- Sinfonía nº 8 en si menor, D. 759, "Inacabada". Probablemente, la más conocida de todas, y de la cual dejó escritos sólo dos movimientos por motivos que aún se desconocen.
- Sinfonía nº 9 en do mayor, D. 944, "La Grande", una obra maestra plenamente romántica de gran complejidad y duración.
Schubert: Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, D. 485 (I. Allegro)
- Cuarteto de cuerda nº 13 en la menor, D. 804, "Rosamunda".
- Cuarteto de cuerda nº 14 en re menor, D. 810, "La muerte y la doncella".
- Quinteto de cuerda en do mayor, D. 956. Su "Adagio" es de una incontenible melancolía que desgarra el corazón más pétreo.
Schubert: Quinteto de cuerda en do mayor, D. 956 (II. Adagio)
Mendelssohn |
Otro genio alemán destinado a morir joven fue Felix Mendelssohn (1809-1847). Nacido en Hamburgo, de origen judío aunque luego convertido al protestantismo, además de un extraordinario compositor y director de orquesta, fue también el gran redescubridor de la obra de Johann Sebastian Bach, del que era un ferviente admirador.
Lo más destacado de su repertorio es su obra orquestal, en el que debemos incluir, entre otras piezas, las magníficas cinco sinfonías que compuso:
- Sinfonía nº 1 en do menor, op. 11.
- Sinfonía nº 2 en si bemol mayor, op. 52, "Himno de alabanza", que incluye, como la Novena beethoveniana, solistas y coro.
- Sinfonía nº 3 en la menor, op. 56, "Escocesa".
- Sinfonía nº 4 en la mayor, op. 90, "Italiana".
- Sinfonía nº 5 en re mayor, op. 107, "Reforma".
- El Sueño de una noche de verano, op. 61. Música incidental basada en la obra de teatro de William Shakespeare. Incluye la famosísima "Marcha nupcial".
Mendelssohn: Sinfonía nº 4 en la mayor, op. 90, "Italiana" (I. Allegro vivace)
- Obertura Las Hébridas, op. 26.
- Concierto para piano y orquesta nº 1 en sol menor, op. 25.
- Concierto para violín y orquesta en mi menor, op. 64. Uno de los más famosos del repertorio de conciertos para este instrumento.
Mendelssohn: El sueño de una noche de verano (Marcha nupcial)
Mendelssohn: Concierto para violín y orquesta en mi menor, op. 64 (III. Allegretto non troppo-Allegro molto vivace)
El piano es, sin duda, el instrumento por excelencia del movimiento romántico, adaptándose perfectamente al intimismo y al sentimiento propios de este estilo artístico. Dos intérpretes y compositores geniales hicieron de este instrumento su medio de expresión, llevando la música para piano a cotas insuperables de virtuosismo y expresividad. Nos referimos naturalmente a Chopin y a Liszt.
Chopin |
Frederic Chopin (1810-1849), nacido en Varsovia, revolucionó la música para piano, escribiendo piezas plenas de calidez, ternura y refinamiento. Evidentemente su repertorio estuvo dedicado prácticamente por entero al instrumento al que dedicó su vida, en el que destacamos:
- Concierto para piano y orquesta nº 1 en mi menor, op. 11.
- Concierto para piano y orquesta nº 2 en fa menor, op. 21.
- 24 preludios, op. 28.
- Sonata para piano nº 2 en si bemol mayor, op. 35. Su tercer movimiento es la célebre "Marcha fúnebre".
- Polonesa en la bemol mayor, op. 53.
Chopin: Sonata para piano nº 2 en si bemol mayor, op. 35 (III. Marcha fúnebre. Lento)
Chopin: Polonesa en la bemol mayor, op. 53
Liszt |
El húngaro Franz Liszt (1811-1886) fue posiblemente el pianista más famoso de su época, un auténtico virtuoso del teclado, que además compuso obras de gran complejidad para ensalzar su propia técnica al piano. Entre sus piezas más destacadas para este instrumento podemos mencionar:
- Concierto para piano y orquesta nº 1 en mi bemol mayor, S. 124 (Humphrey Searle fue el autor del catálogo más autorizado de Liszt).
- Concierto para piano y orquesta nº 2 en la mayor, S. 125.
- Sonata para piano en si menor, S. 178. Considerada una de las obras técnicamente más complejas para el pianista.
- Rapsodias húngaras, S. 244. Conjunto de 19 obras para piano basadas en música folclórica húngara. Algunas de ellas fueron también arregladas para orquesta.
Liszt: Concierto para piano nº 1 en mi bemol mayor (IV. Allegro marziale animato)
Liszt: Rapsodia húngara nº 5 en mi menor
- Los Preludios, S. 97. Su más popular poema sinfónico, género creado por el propio Liszt y que alcanzaría gran auge a partir de entonces.
- Sinfonía Fausto. Sinfonía coral basada en la obra homónima de Goethe.
- Totentanz, S. 126. "Danza macabra" para piano y orquesta.
Schumann |
- Concierto para piano en la menor. op. 54
- Sinfonía nº 1 en si bemol mayor, op. 38, "Primavera".
- Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61.
- Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 97, "Renana". Quizás la más brillante de todas.
Schumann: Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61 (IV. Allegro molto vivace)
- Sinfonía nº 4 en re menor, op. 120.
Schumann: Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 97, "Renana" (V. Lebhaft)
Brahms |
Continuando con el increíble catálogo de extraordinarios músicos románticos alemanes, nos encontramos con un compositor al que el célebre pianista y director de orquesta Hans von Bülow designó como la "Tercera B" o el tercer miembro de la "Santísima Trinidad" (junto a Bach y Beethoven). Un elogio nada inmerecido para otro gigante a la altura de los más grandes compositores de todos los tiempos: Johannes Brahms (1833-1897).
Es evidente es que la obra de Brahms bebe directamente en las raíces de la música beethoveniana, proponiendo un romanticismo de corte clásico, y al igual que ocurre con la obra del genio de Bonn, su música llega a lo más profundo del alma, tanto en sus increíbles cuatro sinfonías como en sus conciertos para piano o violín. Dentro de su repertorio destacamos las siguientes obras maestras:
- Variaciones sobre un tema de Haydn, op. 56.
- Danzas húngaras. Exquisita colección de 21 danzas breves basadas en melodías húngaras.
- Ein deutsches requiem ("Un réquiem alemán"), op. 45. No es una misa de difuntos, sino más bien un oratorio basado en textos bíblicos para solistas, coro y orquesta.
- Concierto para piano nº 1 en re menor, op. 15.
- Concierto para piano nº 2 en si bemol mayor, op. 83.
- Concierto para violín en re mayor, op. 77.
- Obertura Trágica, op. 81.
- Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68. Algunos críticos la han considerado como la 10ª sinfonía de Beethoven.
- Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 73.
- Sinfonía nº 3 en fa mayor, op. 90.
- Sinfonía nº 4 en mi menor, op. 98.
Brahms: Un réquiem alemán (IV. Wie liebich sind deine Wohnungen)
Brahms: Concierto para piano nº 2 en si bemol mayor, op. 83 (IV. Allegretto grazioso)
Brahms: Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68 (II. Andante sostenuto)
Brahms: Sinfonía nº 2 en re mayor, op. 73 (IV. Allegro con spirito)
Wagner |
Como dramaturgo, él mismo escribió los propios libretos de sus obras, pero además amplió las dimensiones de la orquesta e introdujo incluso nuevos instrumentos -como la tuba wagneriana- para llevar los diversos "leitmotivs" orquestales a límites insospechados de riqueza cromática. Su obsesión por la perfecta reproducción de sus monumentales composiciones le llevó a construir, gracias al mecenazgo de Luis II de Baviera, su propio teatro de ópera en Bayreuth, específicamente diseñado hasta el más mínimo detalle para la representación de sus obras.
En definitiva, todo en la obra de Wagner, quizás hasta su propia megalomanía, es de dimensiones épicas. Pero si olvidamos todo lo demás -el supuesto antisemitismo del compositor, la "nazificación" de su música durante el régimen de Hitler, el pangermanismo,...-, y escuchamos sólo su música, nos encontraremos, sin dudarlo, ante momentos absolutamente sublimes de pura belleza y profunda emoción en los que sobran las palabras.
Entre sus dramas musicales más famosos destaca por encima de todos su monumental tetralogía El Anillo del nibelungo, compuesta por un prólogo, El Oro del Rhin, y tres jornadas sucesivas, La Valkiria, Sigfrido y finalmente El ocaso de los dioses (ver entrada del blog http://ernestagoras.blogspot.com.es/2009/12/del-anillo-wagneriano-i-el-oro-del-rhin.html y siguientes de diciembre de 2009). Rescatemos uno de los momentos más memorables de este excepcional drama musical en el aria correspondiente al Acto III, Escena 3ª de La Valkiria, en la que Wotan (barítono) se despide de su hija Brunilda, sabiendo que no la volverá a ver jamás: "¡Adios, osada, magnífica niña!¡Tú, de mi corazón el más sagrado orgullo!¡Adios!¡Adios!¡Adios! [...] ¡Que el cobarde huya de la roca de Brunilda!¡Que sólo uno pretenda a esta novia, uno más libre que yo, el dios!"
Wagner: La Valkiria (Acto III, Escena 3ª: "Leb Wohl, Du Kühnes, Herliches Kind!")
Pero, por supuesto, debemos también recomendar otras óperas no menos imprescindibles de su repertorio:- El holandés errante.
- Los maestros cantores de Nuremberg.
- Lohengrin.
- Parsifal.
- Tannhäuser.
- Tristán e Isolda. Antológica de principio a fin. Su increíble preludio orquestal supone tal punto de inflexión en la Historia de la música que muchos consideran que significó el comienzo del fin de la armonía tonal. La trágica aria final de Isolda, conocida como Liebestod ("muerte por amor"), es una de las cumbres del Romanticismo.
Wagner: Los maestros cantores de Nuremberg (Preludio del Acto I)
Wagner: Parsifal (Acto III: "Höchsten Heiles Wunder!")
Wagner: Tannhäuser (Acto III. Coro de peregrinos)
Wagner: Tristán e Isolda (Preludio)
Wagner: Tristán e Isolda (Acto III. "Liebestod")
Bruckner |
- Sinfonía nº 3 en re menor, "Wagneriana".
- Sinfonía nº 4 en mi bemol mayor, "Romántica".
- Sinfonía nº 5 en si bemol mayor.
- Sinfonía nº 7 en mi mayor. Una auténtica catedral orquestal, plena de lirismo y espiritualidad.
- Sinfonía nº 8 en do menor.
- Te Deum.
Bruckner: Sinfonía nº 5 en si bemol mayor (III. Scherzo: molto vivace)
Bruckner: Sinfonía nº 7 en mi mayor (IV. Finale: Bewegt, Doch Nicht Schnell)
Tchaikovsky |
Pero no sólo Alemania produjo grandes músicos románticos. También Rusia produjo excelentes compositores, como Glinka, Borodin, Rimsky-Korsakov o Mussorgsky. Pero sobre todos ellos brilla en el firmamento musical una figura inmortal: Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893). Un genio de sensibilidad excepcional y vida atormentada debido, entre otras cosas, a su reprimida homosexualidad, que fue capaz de crear piezas de una alegría y vitalidad desbordantes y también obras de intensa agonía y patetismo.
Tchaikovsky compuso música en múltiples géneros, desde sus populares ballets, hasta conciertos, sinfonías, óperas, música de cámara,... Entre sus obras más destacadas debemos señalar:
- Sus ballets El lago de los cisnes, op. 20 y El Cascanueces, op. 71.
- Concierto para piano y orquesta nº 1 en si bemol menor, op. 23.
- Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35. Otro de los imprescindibles conciertos para este instrumento.
- Obertura 1812, op. 49. Monumental y triunfante expresión del nacionalismo ruso, que concluye con un éxtasis orquestal acompañado de salvas de cañón y repique de campanas.
- Romeo y Julieta, obertura-fantasía basada en la obra homónima de William Shakespeare.
- Marcha eslava en si bemol mayor, op. 31.
- Capricho italiano, op. 45.
- Serenata para cuerdas en do mayor, op. 48.
- Suite orquestal nº 4, op. 61, "Mozartiana".
- Sinfonía Manfred en si menor, op. 58. Basada en el poema homónimo de Lord Byron.
- Sinfonía nº 3 en re mayor, op. 29, "Polaca".
- Sinfonía nº 4 en fa menor, op. 36.
- Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64.
- Sinfonía nº 6 en si menor, op. 74, "Patética". Un compendio de la sensibilidad romántica, pasando sin solución de continuidad del éxtasis vitalista y triunfal del tercer movimiento a la patética y atormentada agonía del cuarto y último movimiento.
Tchaikovsky: El Cascanueces (Vals de las flores. Tempo di valse)
Tchaikovsky: Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35 (III. Finale. Allegro vivacissimo)
Tchaikovsky: Marcha eslava en si bemol mayor, op. 31
Tchaikovsky: Sinfonía nº 3 en re mayor, op. 29, "Polaca" (V. Finale. Allegro con fuoco. Tempo di polacca)
Tchaikovsky: Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (IV. Andante maestoso-Non Allegro-Presto Furioso-Allegro maestoso-Allegro vivace-Scherzo: Allegro con anima)
Tchaikovsky: Sinfonía nº 6 en si menor, op. 74 (IV. Finale. Adagio lamentoso-Andante)
Por supuesto, este periodo musical tan fructífero nos dejó muchas más obras maestras de grandes compositores que las que hemos comentado, pero dado que es imposible abarcarlo todo por su magnitud, incluimos como epílogo un breve compendio de otros destacados compositores románticos -muchos de ellos representantes del denominado nacionalismo musical- y las que consideramos sus obras más interesantes:
- Anton Dvorak (1841-1904): Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, op. 104, Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, conocida como "Sinfonía Del Nuevo Mundo".
- Bedrich Smetana (1824-1884): ciclo de poemas sinfónicos Má vlast ("Mi patria").
- Camille Saint-Saëns (1835-1921): Sinfonía nº 3 en do menor, op. 78 "con órgano", Danza macabra, op. 40, El carnaval de los animales.
- César Franck (1822-1890): Sinfonía en re menor.
- Jules Massenet (1842-1912): Meditación de su ópera Thaïs.
- Edvard Grieg (1843-1907): Suites nº 1, op. 46 y nº 2, op. 55 de Peer Gynt, Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 16, Suite Holberg, op. 40.
- Hector Berlioz (1803-1869): Sinfonía Fantástica, op. 14.
- Georges Bizet (1838-1875): Suites nº 1 y nº 2 de la ópera Carmen, Suites nº 1 y nº 2 de L'Arlesienne, Sinfonía nº 1 en do mayor.
- Johann Strauss, padre (1804-1849): Marcha Radetzky.
- Johann Strauss, hijo (1825-1899): El bello Danubio azul, Cuentos de los bosques de Viena, Vals del emperador.
- Nikolai Rimsky-Korsakov (1844-1908): Scheherezade, op. 35, Obertura de la Gran Pascua rusa, op. 36.
- Modest Mussorgsky (1839-1881): Cuadros de una exposición, Una noche en el Monte Pelado.
- Max Bruch (1838-1920): Concierto para violín y orquesta nº 1 en sol menor, op. 26, Romanza para violín y orquesta, op. 85.
- Franz von Suppé (1819-1895): Obertura de la opereta Caballería ligera.
Dvorak: Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, "Del Nuevo Mundo" (III. Scherzo: Molto vivace-Poco sostenuto)
Saint-Saëns: Sinfonía nº 3 en do menor, op. 78 (II. Maestoso-Allegro-Molto allegro)
Massenet: Meditación de Thaïs
Bizet: L'Arlesienne-Suite nº 1 (I. Preludio)
Johann Strauss II: El bello Danubio azul
Mussorgsky: Una noche en el Monte Pelado
Franz von Suppé: Obertura de Caballería ligera
El próximo capítulo lo dedicaremos a nuestra obras favoritas del siglo XX, comenzando por los denominados compositores posrománticos que enlazan el siglo XIX con el XX.
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