lunes, 7 de diciembre de 2009

Del Anillo wagneriano (II): "La Valkiria"

La primera jornada -segunda de la tetralogía tras el prólogo- del viaje del Anillo es “La Valkiria” (Die Walküre). Se trata, sin duda, de una de las obras maestras de la música de todas las épocas. Nos encontramos aquí ya, estructuralmente, con la habitual secuencia tripartita en tres actos, que va a ser la habitual en las tres jornadas.

Desde el punto de vista temático, aparecen en escena los hombres. Las infidelidades extramatrimoniales de Wotan, supremo dios del Walhalla, han engendrado, por un lado, a las valkirias -semidiosas hijas de Erda-, destinadas a proteger a los héroes valerosos en el campo de batalla, y a llevar a los caídos que lo merezcan al Walhalla, donde además servían a dioses y héroes en los banquetes que allí se celebraban; y por otro lado, a los welsungos, héroes destinados a las más gloriosas hazañas, pero también atados a la trágica maldición del Anillo.

El tenso preludio del primer acto, donde los contrabajos llevan la voz cantante en un ritmo agobiante, sugiere una terrible tormenta y la huida de un hombre perseguido y desesperado. Sin solución de continuidad, se alza el telón.

Acto I

Una rústica casa germana, en cuyo interior se eleva un enorme fresno. Entra un hombre y cae exhausto. Es Siegmund, que huye de sus perseguidores. Sieglinde, la mujer de la casa, lo recibe sorprendida creyendo que su marido, Hunding, ha regresado. Las cuerdas entonan entonces un dulce tema, el tema del amor, triste y sobrecogedor, como presintiendo el devenir que acontecerá. Mientras Sieglinde atiende al huésped y le sirve hidromiel, se percibe como ambos personajes se sienten hechizados el uno por el otro, sin comprender el por qué. Varios leitmotivs musicales se suceden, conformando una atmósfera donde amor y trágico destino se enlazan entre sí.


Se produce la entrada de Hunding, el hombre de la casa. El leitmotiv de éste, severo y fuerte, contrasta con los motivos de amor que animaban a su mujer y al forastero. Mientras Sieglinde prepara la cena, Hunding le ofrece hospitalidad al forastero, y le pide que diga su nombre y cuente su historia. Sin embargo, Hunding se inquieta, percibe lo mucho que se parece el forastero a su mujer. Siegmund cuenta lo que recuerda de su vida. Su padre se llamaba Wolfe -estirpe de lobos, uno de los sinónimos de Wotan en sus andanzas terrestres-, y tuvo una hermana gemela con la que vino al mundo. Los enemigos de Wolfe, los Neidlinge -hijos de la envidia- mataron a su madre, raptaron a su hermana e incendiaron su hogar. Padre e hijo vivieron proscritos en los bosques hasta que, en una furiosa cacería, el hijo perdió el rastro del padre, del que sólo encontró una piel de lobo vacía (la orquesta entona ahora el motivo del Walhalla, que recuerda a Wotan).

La desgracia lo persiguió desde entonces entre hombres y mujeres. Ahora acaba de perder sus armas en defensa de una joven a quien querían casar contra su voluntad. Hunding reconoce al fin al enemigo que persiguió aquel día durante la cacería. Como la hospitalidad es sagrada, lo acogerá esa noche, pero se batirán en duelo a muerte al día siguiente. Un largo interludio orquestal subraya sus frases. Hunding envía al aposento contiguo a su mujer, cuya mirada se cruza otra vez con la del forastero, señalándole el tronco donde una espada está clavada. El motivo de Sieglinde, cada vez más angustioso, pero a la vez dulce y esperanzado, se entrelaza con el del amor, y desemboca en el de la espada (un nuevo leitmotiv, la espada de Wotan).

El forastero queda solo. El leitmotiv de Hunding queda relegado al tenue ritmo de los timbales. Del silencio y la penumbra, se eleva el monólogo exaltado de Siegmund. Una espada le prometió su padre. Él la encontraría en la extrema necesidad. ¿Dónde está? Mientras brilla con fulgor la espada clavada en el tronco, vuelve a sonar, cada vez más nítido, el leitmotiv de la espada, pero el forastero no alcanza a comprender…

Aparece Sieglinde. Ha dado un narcótico a Hunding y acude angustiada para salvar al desconocido. Ahora es ella quién cuenta su propia historia. Fue casada con un hombre al que no quería. El día de la boda apareció en la fiesta un anciano vestido con amplia capa y sombrero que le cubría un ojo (nuevamente el motivo de Wotan en la orquesta). Éste clavó en el tronco una espada hasta la empuñadura, destinándola al más fuerte, y desapareció. Desde entonces muchos han tratado en vano de sacarla (son evidentes las reminiscencias artúricas de la espada como transmisora del poder legítimo). Ahora cree saber Sieglinde quién es el destinatario del arma y su vengador.

El forastero la abraza, confiado ahora de que mujer y espada son para él. La música se vuelve avasalladora. De los labios de Siegmund brota arrebatador el canto de su naciente amor. El canto cobra mayor intensidad y finaliza con jubiloso triunfo: “Tú eres la primavera por la que yo suspiraba”. Se abrazan extasiados y, al fin, recuerdan… y se reconocen como hermanos y amantes. Ambos son welsungos e hijos del mismo padre. Siegmund extrae entonces de un tirón la espada del tronco, y la llama Notung. La música estalla en un nuevo éxtasis ante el resplandor del acero y la inmensa pasión de los amantes. Notung la protegerá desde ahora, a hermana y novia. ¡Florece así, pues, la sangre de los welsungos!


Acto II

En el preludio se escucha, por vez primera, el tema imponente de las valkirias. Nos encontramos, al alzarse el telón, en una abrupta montaña. La introducción tempestuosa mezcla muchos motivos. Wotan instruye a Brünnhilde, hija y valkiria predilecta, para la lucha que va a tener lugar entre Siegmund y Hunding, que persigue a la pareja. La victoria debe ser para Siegmund el welsungo, su hijo. La alegre valkiria recibe gozosa sus indicaciones, con su grito característico, leitmotiv guerrero de Brünnhilde.

Llega furiosa Fricka, diosa del matrimonio y esposa de Wotan. La valquiria se va. Fricka reprocha a Wotan la protección a Siegmund, culpable de adulterio y de incesto. En nombre de sus propias leyes, le exige el castigo del welsungo. Wotan, en un principio, se niega. Él no considera adúltero a Siegmund, pues no es sagrado un matrimonio sin amor. Fricka le reprocha a Wotan sus infidelidades (entre ellas, su unión con una mortal, la madre de Siegmund y Sieglinde), y las trampas a sus propias leyes, en las que se basa su poder. Finalmente, Wotan, acosado, vencido, jura sacrificar al welsungo, tal y como le exige Fricka.

Tras la marcha de Fricka, vuelve Brünnhilde y encuentra a un Wotan sombrío y apesadumbrado, al igual que la música que acompaña la escena. Ante la insistencia de su hija, comienza un largo relato, en el que resume los hechos habidos largo tiempo atrás. El dios narra el robo del Oro del Rhin por Alberich, la maldición del anillo por el nibelungo, el incumplido pacto con los gigantes, el asesinato de Fasolt por su hermano Fafner. Confiesa su propio deseo de conocer de cerca los hilos del destino y su encuentro así con la mujer más sabia del mundo -Erda-, que le engendró nueve hijas, las valquirias (entre ellas, Brünnhilde). Culmina con la angustia de saber que Alberich logró engendrar un hijo que podrá ser su vengador. A él quiso oponer Wotan una estirpe de héroes, pero sin embargo, ahora ha de abandonar a Siegmund. La amenaza de que Alberich recupere el Anillo y con sus huestes vengadoras destruya el Walhalla se cierne sobre el destino de los dioses. El infortunio, pues, se ha apoderado también de Wotan, desde que éste tocó al Anillo maldito. Comprende ahora el dios que ya no es libre su voluntad, como antaño, y que su fin (y el de todos los dioses) se acerca inexorable.

Wotan exige a Brünnhilde que combata por Fricka, que Siegmund sea derrotado y le dé la victoria a Hunding. La valquiria se rebela ante esta orden, pues sabe que no es el íntimo deseo de su padre, pero él la amenaza con temible castigo si desobedece. La valquiria queda sola y triste. El tema de las valquirias se mezcla en la orquesta con el de los welsungos y el de la sentencia de Wotan.

Aparecen en escena Siegmund y Sieglinde, exhaustos por la huida. Sieglinde se muestra agitada y llena de terror, quiere huir sin descanso, no sólo de Hunding, sino de sí misma, pues se entregó a Siegmund mancillada por otra unión sin amor. Siegmund trata de calmarla hasta que ella se desmaya en sus brazos. Paulatinamente, el leitmotiv del amor que acompaña al solitario Siegmund cede al del destino y al del anuncio de la muerte, que en breve le predecirá Brünnhilde.

Reaparece la valkiria y revela a Siegmund que pronto deberá seguirla al Walhalla, junto a Wotan, donde integrará las huestes de los héroes, pues así lo ha dispuesto el dios supremo. Siegmund le pregunta si le seguirá Sieglinde, y ante la negativa, le contesta que entonces él tampoco seguirá a la valkiria. Brünnhilde le advierte que está forzado a seguirla quien ha contemplado la mirada de una valquiria. Siegmund se dispone a matar con su espada a Sieglinde y al hijo que ella ha concebido y lleva en su interior, para no dejarla sola en el mundo. Conmovida por los amantes, Brünnhilde decide tomar partido por Siegmund y protegerle en el combate. Desafiará por ellos la ira de Wotan. Monta en su caballo y desaparece.

Una densa niebla se extiende en la lejanía. A la llamada del cuerno de Hunding acude Siegmund. Sieglinde se mueve inquieta en sueños, hasta que una pesadilla la despierta. Aparecen los dos hombres, Siegmund y Hunding, que se enzarzan en fiera lucha, mientras los acordes de la orquesta se vuelven cada vez más exaltados. La oscuridad invade casi por completo la escena. Un relámpago permite ver a la valquiria al lado de Siegmund, protegiéndolo. Pero en el preciso momento en que éste ha de dar el golpe mortal, se escinde la niebla, y aparece Wotan, que con su lanza hace pedazos la espada del welsungo. En ese instante, Hunding hiere de muerte a Siegmund.

La valquiria recoge los pedazos de la espada y rápidamente huye con Sieglinde. Wotan se arrodilla desolado ante el héroe que agoniza. Lleno de amargura, se vuelve hacia Hunding y le insta a que comunique a Fricka el cumplimiento de la palabra dada. Con un despectivo gesto del dios, Hunding cae muerto. Estalla ahora incontenible la ira de Wotan, al que acompaña de nuevo la orquesta de forma impetuosa. Anuncia el castigo de la insolente Brünnhilde y, entre truenos y relámpagos, desaparece.

Acto III

Y llegamos así al tercer y último acto, uno de los momentos culminantes de toda la tetralogía, no sólo por su brillantez musical, sino porque Wotan toma ahora una de las decisiones que van a marcar el devenir de los acontecimientos en el resto del Anillo. El drama entre Wotan y Brünnhilde alcanza cotas insuperables, al compás de una música cuya emotividad rompe en mil pedazos las barreras auditivas para penetrar en lo más profundo de la sensibilidad humana.

El monumental preludio de la cabalgata de las valkirias -que hiciera tan popular el ataque del batallón de helicópteros del excéntrico teniente coronel Kilgore en “Apocalypse now”, la obra maestra de Coppola- marca el trepidante comienzo del acto. Ocho doncellas guerreras se reúnen cantando alegremente sobre la “roca de las valkirias”. Han traído a los héroes caídos en combate sobre sus cabalgaduras. Deben partir para el Walhalla a llevar el botín a Wotan. Pero no hallan a Brünnhilde, que se retrasa en demasía.

Aparece al fin Brünnhilde que trae a una mujer, no a un guerrero. Es Sieglinde y para ella pide protección a sus hermanas, a quienes cuenta lo que ha sucedido. Ninguna osa desobedecer a Wotan. Sieglinde quiere morir, pero la valkiria le anuncia al welsungo que lleva en su seno, infundiéndole así nuevas ansia de vivir. Le da los trozos de la espada Notung, y le pide que huya hacia el este, al bosque del gigante Fafner, donde estará a salvo de la ira de Wotan. Allí sufrirá infinitas penas que deberá soportar, pero deberá recordar que en su seno protector lleva al héroe más maravilloso del mundo: Siegfried. Brünnhilde se queda para ofrecerse a la venganza de Wotan.

¡Truenos y relámpagos…! Llega Wotan furioso en su corcel. Sin escuchar los ruegos de sus asustadas hermanas, la llama cobarde por ocultarse entre ellas para huir del justo castigo a su desobediencia. Al fin, se muestra Brünnhilde ante su padre, y entonces Wotan emite el terrible castigo: no será más una valkiria, no volverá al Walhalla, privada de su condición divina será, y destinada al primer hombre que la despierte del sueño en que será sumida. El destino del héroe aún nonato, Siegfried, ha sido sellado.

Se despiden con dolor las demás valquirias, y quedan solos padre e hija. La música se torna ahora más serena, después de los rudos temas de la escena anterior, y tiene lugar un hermoso diálogo, en el que Brünnhilde intenta justificar su acción apelando a los deseos más íntimos, a los sentimientos auténticos de Wotan, que ella conoce y representa. Todo es en vano. De sobra sabe Wotan, que su hija más fiel y querida interpretó su voluntad más auténtica, pero debe castigarla porque está preso de las leyes que el mismo creó, que lleva grabadas en las runas de su lanza y sobre las cuales descansa su poder.

Una última gracia le pide Brünnhilde a Wotan: que no la dé en premio al jactancioso cobarde, qué no sea insignificante quién la gane. Aunque, en un principio, Wotan se opone a tal muestra de clemencia, finalmente le concede que alrededor de ella arda un perpetuo fuego para que el hombre que la encuentre sea, por lo menos, valiente. Tanto ella como su padre piensan en el héroe que nacerá de Sieglinde como claramente lo revela la música.

Absolutamente conmovedora es la despedida de Wotan y su hija, tal vez, el instante más sublime de todo el Anillo. Nunca ha sido tan humano Wotan como en este momento, pues siente el dolor inmenso del padre que sabe que no volverá a contemplar a su amada hija, pero también percibe el dios, una vez más, como su ocaso se acerca con cada paso del destino. Al son de un leitmotiv de gran lirismo proclama Wotan su voluntad: “¡El cobarde huya de la roca de Brünnhilde, pues solo uno pretenda a la novia, el más libre que yo… el dios!”. Se abrazan padre e hija mientras la orquesta alcanza el clímax sonoro del leitmotiv.

Besa Wotan en los ojos a Brünnhilde, que cae dormida en los brazos de su padre -leitmotiv del sueño suave e insinuante-, y dulcemente la acuesta sobre la roca, le ciñe el casco y la cubre con su escudo. Invoca Wotan a Loge, dios del fuego -leitmotiv del “encantamiento del fuego”-, prendiendo una muralla de llamas alrededor de la roca en la que duerme Brünnhilde. Alza Wotan su lanza y anuncia: “¡Jamás atraviese el fuego quien tema la punta de mi lanza!”, cantado sobre el majestuoso motivo de Siegfried. Presintiendo el fin que ahora anhela como única salvación a sus sufrimientos, se aleja lentamente el dios, a través de las llamas que custodian a Brünnhilde.

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