Y llegamos a la tercera y última jornada del viaje del Anillo, “El Ocaso de los Dioses” (Götterdämmerung), la cuarta ópera de la tetralogía, cuyo título podría haber sido perfectamente “La muerte de Siegfried” -Wagner la llamó así inicialmente, pero luego la rebautizó-, pues es éste el acontecimiento principal que enmarca todo el final de la obra, y al que conduce inexorablemente la trama.
Otro drama paralelo, aunque en un plano secundario, deviene en el tan anunciado fin de los poderosos dioses, ahora personajes secundarios, que ni siquiera aparecen en esta tercera jornada (salvo las Nornas, que lo hacen al comienzo).
De esta forma, Wagner parece conducirnos al final de todo, a la misma negación de la voluntad de vivir, idea que el compositor pudo extraer del pesimismo profundo de la obra del filósofo alemán Arthur Schopenhauer.
Nuevos leitmotivs musicales van a mezclarse con otros anteriores, o con variaciones más o menos complejas de los ya interpretados en las jornadas previas, hasta alcanzar en algunos momentos un paroxismo tal, que parece que la propia orquesta y los cantantes no van a ser capaces -físicamente- de mantenerlo.
Una vez más, la temática gira, desde un punto de vista ideológico o cuasi metafísico, alrededor de la lucha entre opuestos -lo terrenal y lo espiritual-: el poder de dominio del mundo, simbolizado por el Anillo y la maldición que éste acarrea; y el poder redentor del amor, cuya expresión más sublime se expresa en la pareja Siegfried-Brünnhilde.
Concluye así, con esta cuarta parte de la tetralogía, la que se ha denominado Gesamtkunstwerk, la “obra de arte total”, la creación que une drama, poesía y música en una perfecta simbiosis, para eterno deleite y asombro del mundo.
Acto I
Un pausado e inquietante prólogo musical, sostenido una vez más por las cuerdas, da paso de nuevo a la “roca de las valkirias”, en una noche de profunda oscuridad, tan solo iluminada, desde el fondo, por un ígneo resplandor (las llamas que protegieron el sueño de Brünnhilde). Aparecen las Tres Nornas, las hijas de Erda, que tejen el hilo dorado del destino.
La primera Norna, la más anciana -el pasado-, muestra a sus hermanas el lejano fuego que mantiene Loge alrededor de la valkiria, y las anima a cantar y a hilar. Cuenta entonces como antaño cumplía con gozo su tarea en el fresno del mundo, hasta que un dios intrépido -Wotan-, ofreciendo uno de sus ojos como eterno tributo, rompió una rama del fresno para convertirla en asta de su lanza. Se marchitó así lentamente el antaño robusto árbol. Le tira entonces la cuerda del destino a su hermana para que continúe la historia…
La segunda Norna -el presente- relata como Wotan grabó runas de pactos en el asta de la lanza. Pero un héroe audaz rompió en combate la lanza, y el sagrado mango de los pactos saltó hecho pedazos. Entonces Wotan rogó a los héroes del Walhalla romper las marchitas ramas y el viejo tronco del fresno. Le tira ahora la cuerda a su hermana para que cante lo que ella conoce…
La tercera Norna, la más joven -el futuro-, cuenta que aún destella la fortaleza de los dioses, pero una pila de troncos se levanta alrededor de la sala que preside Wotan. Cuando la madera del otrora fresno del mundo arda, se consumará el fin de los inmortales dioses. Y le tira la cuerda de nuevo a la primera Norna para que continúe…
Pero la primera Norna ya no puede vislumbrar bien el tenebroso pasado, y las tres hermanas tienen crecientes dificultades para descifrar los hilos de la sagrada cuerda. Su visión se ofusca, la urdimbre de los hilos ya no se estira tensa, y la trama está enredada. Una maldición vengadora roe la maraña de hilos. Estiran la cuerda, pero ésta se rompe… “¡Es el fin de nuestro eterno saber!”, cantan al unísono las tres hermanas, mientras la música se torna triste y pesarosa. Las tres Nornas desaparecen entonces en la creciente penumbra.
Amanece lentamente, y la orquesta entona dulcemente bellos motivos amorosos -primero cellos, luego oboes, más tarde violines- hasta concluir en el impetuoso éxtasis de las trompetas y la percusión, que hacen sonar, por vez primera, acordes de la marcha fúnebre. Aparecen en escena Brünnhilde y Siegfried, felices y dichosos. Brünnhilde anima a Siegfried a partir y realizar nuevas hazañas. Todo lo que los dioses le enseñaron se lo ha mostrado ya a su amado héroe. Recuerdan entonces los amantes los alegres momentos que han pasado juntos: el despertar de la valkiria, el valor del welsungo al atravesar el fuego…
Debe partir entonces Siegfried, pero como prenda de eterna fidelidad le entrega el Anillo a Brünnhilde, de nuevo inconsciente del maligno poder que la joya entraña, pues para él su único valor es lo que le costó obtenerlo. Brünnhilde le cede a Grane, el que fuera su fiel corcel, para que sobre él cabalgue en busca de nuevas aventuras. Se abrazan y besan, una vez más, al son de una orquesta que entona los conocidos y triunfales acordes del final de la jornada anterior. Parte así el héroe, dejando a una pensativa Brünnhilde, mientras a lo lejos se oye, cada vez más lejana, la llamada del cuerno de Siegfried.
El interludio orquestal que sigue, denominado “el viaje de Siegfried por el Rhin”, combina diversos leitmotivs, entre los que se encuentra evidentemente el del propio río.
Nos encontramos ahora en una sala del palacio de los gibichungos, a orillas del Rhin. El rey Gunther, su hermana Gutrune y su hermanastro Hagen -hijo de Alberich y de Grimhilde, madre también de Gunther y Gutrune- discuten sobre cómo acrecentar la fama de la estirpe de Gibich. El astuto Hagen, cuyo único propósito es volver a recuperar el Anillo paterno, aconseja a Hagen desposar a la mujer más noble del mundo, Brünnhilde, custodiada por el fuego en la más alta roca. No obstante, un hombre más fuerte, Siegfried, retoño de los welsungos, está destinado a tenerla. El héroe que abatió al poderoso dragón Fafner sería, a su vez, el esposo ideal para la bella Gutrune.
Revela entonces Hagen cómo conseguir hábilmente ambos propósitos. Siegfried será atrapado por Gutrune gracias a una pócima de hierbas que le hará olvidar pasados juramentos y a Brünnhilde. Una vez que Gutrune haya enamorado a Siegfried, el héroe rescatará a Brünnhilde de las llamas, para entregársela de buena gana al rey Gunther. Alaban los dos hermanos los sabios consejos del astuto Hagen, y ansiosos sueñan ya con sus futuros consortes. ¿Pasará el alegre héroe, en sus aventuras, por el reino de Gibich junto al Rhin?
Suena entonces, a lo lejos desde el Rhin, el cuerno de Siegfried. Un héroe y un corcel se acercan en un bote, mientras suena de nuevo el leitmotiv del Rhin. Entra, pues, el welsungo en la sala de Gibich y Hagen le da la bienvenida. El héroe ha venido a conocer al hijo de Gibich, cuya fama ha viajado por todo el Rhin. Insta a Gunther a luchar con él o ser su amigo, mas éste le da la bienvenida y le ofrece su amistad a Siegfried. En prenda de ésta, le ofrece Gunther su reino y sus posesiones, pero Siegfried no posee nada que ofrecerle, tan solo la espada que él forjó.
Astutamente, le pregunta Hagen por el tesoro que arrebató al dragón, la hazaña que inmortal fama ha dado al welsungo. Siegfried contesta que se apoderó de un yelmo y un Anillo, de los que desconoce su verdadera fuerza. Hagen le explica entonces que el Tarnhelm, el hábil trabajo de los nibelungos, le permitirá adoptar cualquier forma y viajar al lugar más lejano rápidamente. El Anillo, continúa el héroe, se lo ha dado a su amada Brünnhilde.
Entra Gutrune, portando un cuerno con la pócima de Hagen para paliar la sed del joven héroe. Éste bebe sin temor pero, tras ingerir la bebida, se siente repentinamente prendado de la belleza de la joven Gutrune. Ha olvidado a su amada Brünnhilde, y sólo aspira a conquistar a la hermana de Gunther. El plan urdido por el mezquino Hagen comienza, pues, a surtir efecto.
Gunther le menciona entonces a Siegfried la mujer que anhela como esposa, pero a la que no puede aspirar. El héroe se ofrece gozoso a conquistarla para Gunther, y a cambio él obtendrá la mano de Gutrune. Sellan así ambos un juramento de sangre como hermanos, vertiendo unas gotas del vital fluido sobre un cuerno y bebiendo fraternalmente. Redobles de tambor acompañan los juramentos que atan a los dos hombres, hermanos de sangre desde ahora.
En marcha se pone de nuevo el ansioso héroe. Irá a cortejar a la mujer que habrá de desposar su hermano de sangre Gunther, y obtener así para él a la hermosa Gutrune. Parten ambos, mientras la orquesta suena de nuevo impetuosa, dejando a Hagen como guardián del palacio. La sala palaciega se oscurece y la música se vuelve tenebrosa y sombría. Queda solo el mezquino Hagen, en un monólogo en el que saborea su ya próximo triunfo. Se revela así el verdadero y negro corazón del hijo del Nibelungo.
Un nuevo interludio musical, que continúa los motivos sombríos y perturbadores, da paso a la roca donde aguarda Brünnhilde, que espera ansiosa a Siegfried. Se escuchan truenos, y Brünnhilde percibe extrañada la llegada de un impetuoso corcel alado. Mientras suena el motivo de las valkirias, se escucha la llamada de Waltraute, una de sus hermanas, voz tan querida y dichosa para Brünnhilde en otros tiempos. Truenos y relámpagos acompañan la aparición de la valkiria que se abraza a su hermana.
Brünnhilde le pregunta si la ira de Wotan contra ella se ha aplacado, y le cuenta la dicha que ahora la envuelve por su amor al héroe que la despertó de su largo sueño. Pero Waltraute sólo ha venido para impedir el inminente fin de los dioses, y por ello ha roto el mandato de Wotan. Cuenta Waltraute como el dios ha vagado solitario en su caballo por el mundo, como un vagabundo errante, hasta que ha vuelto recientemente con su lanza hecha pedazos por un héroe.
Wotan ordenó entonces abatir el fresno del mundo y apilar los leños de su tronco en torno a la sagrada sala, y sentado silencioso en su sagrado trono, ha enviado a sus dos cuervos a recoger buenas nuevas. Una aflicción infinita sobrecogió también a las valkirias, postradas a los pies del dios, pero una última sonrisa percibieron en los labios de su padre -tal vez, recordando a su más querida hija-. Como en un susurro, escucharon su voz: “¡Si ella devolviera el Anillo a las hijas del Rhin, del peso de la maldición quedarían liberados los dioses y el mundo!”
Así pues, ha venido Waltraute galopando como el viento a suplicar a su hermana que devuelva el Anillo a las hijas del Rhin, para poner fin al tormento de los inmortales. Mas ya nada importa a Brünnhilde el Walhalla o los sagrados dioses, sólo el amor de Siegfried. El héroe le ha entregado la joya como prenda imperecedera de su amor, y para ella es más valiosa que el mundo entero. Jamás renunciará al Anillo de Siegfried. Huye, desesperada, Waltraute, al son de truenos, relámpagos, y nuevamente el motivo orquestal de las valkirias. Ahora sabe que el fin es inevitable…
Lucen ahora, con el ocaso vespertino, las llamas alrededor del baluarte donde se mueve una inquieta Brünnhilde. Se escucha entonces el cuerno de Siegfried y extasiada cree que ha llegado su amado, pero aparece, en cambio, un guerrero al que no reconoce. Es Siegfried, que ha adoptado la forma de Gunther, gracias al poder mágico del yelmo. Horrorizada se muestra Brünnhilde, pero el extraño visitante, sin temor al fuego, la ha ganado como pretendiente.
Brünnhilde no entiende nada, apela furiosa a Wotan y al poder protector del Anillo, y lucha desesperadamente con el héroe, mas éste le arrebata por la fuerza el Anillo de su dedo. Un último grito emite Brünnhilde, y cae al suelo exhausta y desolada. El héroe se pone el Anillo en su dedo y obliga a Brünnhilde a seguirle. Este larguísimo primer acto concluye con el canto de Siegfried, que -al son de solemnes acordes orquestales- jura sobre Notung la castidad de su cortejo y la fidelidad con su hermano de sangre.
Acto II
El preludio se muestra, una vez más, oscuro y tenso, con las cuerdas que describen magistralmente la nocturnidad que inunda la escena. Ante el palacio de los gibichungos vela Hagen, silencioso y pétreo como una roca. A él se acerca su padre, el viejo Alberich, con palabras que incitan al rencor y al odio eternos. Le recuerda el poder que le aguarda a Hagen, mas no hay amor entre padre e hijo, sólo mutua solidaridad en su odio contra el mundo. Alberich intuye que todo el clan de los dioses aguarda aterrado su final, pero ¿quién heredará el poder de los inmortales?
Alberich intenta convencer a su hijo de que ambos heredarán el mundo, si Hagen se mantiene fiel y leal, y comparte su dolor y su rabia. El poder del Anillo someterá al Nibelheim y al Walhalla. Pero curiosamente la maldición no está haciendo efecto en el joven Siegfried, pues éste no conoce el poder del tesoro nibelungo. Por ello, han de destruir al welsungo. Así, Hagen vengará al traicionado Alberich, y obtendrá el Anillo, desdeñando a Siegfried y a Wotan.
Las trompas entonan ahora una melodía que recuerda a la de Rhin, en un crescendo al que se unen las cuerdas. Amanece junto al río, y suena claro y límpido el cuerno de Siegfried, que entra en escena y saluda al sombrío Hagen. El héroe ha llegado en un fugaz instante desde la “roca de la valkiria”, gracias al poder del yelmo mágico, y espera ansioso poder ver de nuevo a Gutrune. Sale la hija de Gibich, y el héroe explica a ambos cómo dominó a Brünnhilde, disfrazado de Gunther, y cómo se mantuvo casto durante la noche, para alivio de Gutrune. Los dos futuros consortes, Gunther y Brünnhilde, vienen de camino en un bote por el Rhin. Gutrune pide a Hagen que convoque a los vasallos a la sala de Gibich para la boda.
Suenan las cuerdas en un “agitato” de tensión contenida, mientras Hagen llama con poderoso cuerno a los vasallos. Con poderosos bramidos de alarma y peligro convoca Hagen a los gibichungos. Trompas y tubas wagnerianas atruenan con estruendo ensordecedor, mientras aparecen en escena los soldados, armados con lanzas y espadas, dispuestos ante el peligro que se anuncia inminente. Tiene lugar ahora la única escena coral de toda la tetralogía, en un brillante diálogo entre Hagen y los soldados, a través del cual les explica el hijo de Alberich que deben prepararse para la llegada de Gunther y su prometida. Exultantes resuenan las voces del coro de soldados gibichungos que cantan alegres ante la buena nueva que les anuncia Hagen.
Al son de una marcha prenupcial, el inicial murmullo coral de los soldados se convierte, en un prolongado crescendo, en triunfal bienvenida para los recién llegados, Gunther, y de su mano, una pálida y cabizbaja Brünnhilde. Aparecen en escena Gutrune y Siegfried, que dan la bienvenida a Gunther y Brünnhilde, pero cuando ésta ve a Siegfried y el Anillo en su dedo se siente traicionada, pues no en vano cree que fue Gunther quien se lo arrebató en la roca.
Hagen alienta ahora la confusión de Brünnhilde, acusando a Siegfried de engaño y traición para con los novios. “¡Traición!”, exclama Brünnhilde furiosa, y pide a los dioses venganza para su afrenta. Entonces proclama ante todos que su verdadero esposo es Siegfried, pero éste, presa del hechizo, lo niega rotundamente, invocando a su espada Notung como fiel testigo de su juramento. Hagen presta la punta de su lanza para que el héroe jure sobre ella que la acusación es falsa, y que no rompió la fidelidad con su hermano de sangre. Jura igualmente Brünnhilde por la punta de la lanza de Hagen, para que el afilado filo derribe al perjuro. La música, impetuosa y agobiante, acompaña el juramento, mientras el coro de soldados invoca al dios Donner para que ruja la tempestad y acalle la infamia.
Se retiran Siegfried y Gutrune, prestos a disponer los preparativos de la boda. Quedan solos Brünnhilde, Gunther y Hagen. Desolada se siente la que fuera temeraria valkiria, presa de una angustia que no consigue mitigar. No alcanza a comprender que astucia diabólica se esconde detrás de todo esto. Sólo siente dolor, inmenso dolor… mientras la orquesta acompaña sus lamentos con acordes de lánguida tristeza e intenso sufrimiento.
Hagen se ofrece entonces a vengarla. Sabe que no podrá abatir al héroe en igualdad de condiciones, pero Brünnhilde le revela un secreto terrible. Con sus artes protegió a Siegfried, excepto en una parte de su cuerpo, la espalda, que el héroe nunca mostraría ante el enemigo. Allí debe golpear con su lanza el hijo de Alberich. Convencen a un abatido Gunther, que siente tortuosos remordimientos por su juramento de sangre, para organizar una cacería al día siguiente, y en ella dar muerte al traidor y perjuro. Luego dirán que un jabalí le atacó. Los tres, Brünnhilde, Hagen y Gunther, terminan juramentándose, y cantando al unísono, exponen sus argumentos para dar muerte al héroe: Gunther y Brünnhilde, aunque por diferentes motivos, se sienten traicionados; Hagen sólo ansía arrebatarle el preciado Anillo. Así pues, la mortal conjura se ha sellado, y el destino fatal de Siegfried con ella.
Acto III
El preludio orquestal comienza con la llamada del cuerno de Siegfried, interpretado por trompas y trompetas en diferentes variaciones que se suceden, hasta que toma el relevo el leitmotiv del Rhin que, al igual que en el prólogo, comienza suave y dulcemente, como mecido por las aguas tranquilas del viejo río.
Al alba, un hermoso paraje a orillas del Rhin. Las ninfas del río cantan la añoranza del oro perdido, hasta que en la lejanía se oye la llamada de un cuerno. Es Siegfried, el héroe, que llega corriendo hasta las orillas del río persiguiendo a su presa. Al encontrarse con el hermoso welsungo, las ondinas le piden el anillo de oro que lleva en su dedo, a cambio de la pieza cuyo rastro ha perdido. Pero Siegfried se niega, pues demasiado esfuerzo le costó matar al dragón al que se lo arrebató.
Se sumergen las ninfas en las aguas, y entonces Siegfried las llama de nuevo, dispuesto ahora a cederles la joya de buena gana. Pero ellas ya no lo quieren, y le relatan la maldición que se cierne sobre él. Igual que abatió al dragón, él también caerá, como lo hará todo aquél que posea el Anillo. Solo la corriente del Rhin puede expiar la maldición. Mas el héroe nada teme de las amenazas que le auguran.
Se retiran, pues, cantando las alegres ondinas, al son del leitmotiv del Rhin, después de anunciarle al héroe su trágico destino. Nada comprende el insensato Siegfried, que no ha sabido conservar el bien más preciado que le ha sido concedido -el amor- y, en cambio, se empeña en conservar lo que pronto le acarreará su fin.
Se escuchan de nuevo fanfarrias y llamadas de cuerno, a las que responde también Siegfried. Llegan Hagen, Gunther y los demás cazadores, y se aprestan a preparar la comida con las piezas que han cazado. Siegfried les relata su encuentro con las tres doncellas del Rhin y cómo le han advertido sobre su próxima muerte.
Gunther se muestra taciturno, y para animarle, Siegfried se ofrece a contar historias de su niñez. Les relata entonces su infancia en el bosque, criado por Mime, el enano que le instó a luchar contra el dragón Fafner, con la ayuda de la temible espada Notung. Mientras el héroe rememora sus pasadas hazañas, Hagen le ofrece beber de su cuerna, en la que ha vertido, a escondidas, un filtro para que recupere la memoria perdida.
Siegfried continúa su relato, y llega al instante en que encuentra a la mujer que duerme en lo alto de una roca, con el fuego ardiendo a su alrededor. La música reinterpreta ahora el bellísimo despertar de Brünnhilde, mientras el héroe recupera, ahora sí, los momentos vividos, y su amor por la hija de Wotan.
Se sorprende Gunther ante el relato de Siegfried. Mientras suenan de nuevo fanfarrias orquestales para reflejar la tensión del momento, dos cuervos -los mensajeros de Wotan- levantan el vuelo, y al preguntarle Hagen si comprende sus graznidos, Siegfried se da la vuelta para mirarlos… y entonces el pérfido Hagen hunde su lanza en la espalda del héroe.
Suenan brevemente los primeros acordes de la marcha fúnebre, y el héroe cae al suelo, herido de muerte. Todos le inquieren a Hagen qué ha hecho, mas éste responde que sólo ha vengado un perjurio. El moribundo Siegfried comprende ahora, tarde al fin, y pronuncia por última vez -mientras suenan dulces acordes de arpa y violines- el nombre de su amada: “¡Brünnhilde!…” Con el último aliento, evoca en su pensamiento postrero a la novia sagrada.
Suena ahora sí grandiosa, en todo su esplendor, la marcha fúnebre en honor de Siegfried -escrita en la tonalidad de do menor, al igual que la marcha fúnebre de la tercera sinfonía beethoveniana-, y los hombres alzan el cadáver del héroe caído, para transportarlo en lento y solemne cortejo a través del bosque, bajo una resplandeciente luna, hasta el palacio de los gibichungos.
Compuesta de múltiples motivos que se entrelazan entre sí, para contarnos la historia de Siegfried, la marcha se ha convertido en una de las piezas más celebres de toda la tetralogía. Al igual que ha ocurrido con la Cabalgata de las Valkirias, el cine la ha hecho popular a través, fundamentalmente, de la película “Excalibur”, del director John Boorman, donde es utilizada como leitmotiv de la espada del rey Arturo.
La escena regresa ahora al palacio de Gibich, donde Gutrune, intranquila por una pesadilla, busca en vano a Brünnhilde, pero sus aposentos están vacíos. Entra Hagen, desafiante, despertando a todos. Anuncia a Gutrune la muerte del héroe, un jabalí salvaje ha terminado con su azarosa vida. Gunther intenta consolar a su hermana, presa de incontenible dolor ante el cadáver de Siegfried. Gutrune acusa entonces del asesinato a su hermano, pero éste culpa, a su vez, a Hagen.
El hijo de Alberich reconoce, pues, su crimen y proclama orgulloso su sagrado derecho de conquista sobre el Anillo. Pero Gunther se lo niega y se enfrenta a él, reclamando la herencia para Gutrune. Luchan, y Hagen mata a su hermanastro. Mas cuando el hijo del Nibelungo se dispone a arrebatar la preciada joya del dedo de Siegfried, la mano del héroe muerto se alza amenazadora, y Hagen retrocede temeroso.
Aparece súbitamente Brünnhilde, que acalla a todos. El final del drama wagneriano le pertenece exclusivamente a ella. Su sabiduría entiende el trágico fin del héroe, al que reclama como su verdadero esposo. Tarde comprende también Gutrune que no es ella, sino Brünnhilde el verdadero amor del welsungo, y se retira dejando el lugar que le corresponde a la valkiria. Nuevamente, la música trae conmovedores motivos de amor, mientras Brünnhilde ordena apilar troncos para la pira funeraria a orillas del sagrado Rhin, donde las llamas arderán para consumir el cuerpo del héroe. A él se unirán su fiel corcel, Grane, y la propia Brünnhilde, que ha de inmolarse con su esposo en eterna unión, más allá de los males de este mundo.
Todo está ahora claro para la sabia Brünnhilde. El más puro héroe concebido fue el que la traicionó, por culpa de los poderosos dioses y sus ansias de poder. La maldición forjada por Wotan cayó así sobre el inocente vástago de los welsungos, la estirpe engendrada por el propio dios. Escucha Brünnhilde ahora los graznidos de los cuervos de Wotan, y los envía de vuelta a la morada de los dioses, con nuevas ansiosamente anheladas. “¡Descansa, descansa… oh, Dios!”, exclama una triste Brünnhilde.
Arrebata Brünnhilde el Anillo maldito del dedo muerto de Siegfried y lo devuelve a las hijas del Rhin para expiar, al fin, la maldición. Entonces coge una antorcha y mientras canta eufórica, anunciando a Loge que prenda el Walhalla porque ha llegado el fin de los dioses, monta en su caballo Grane, y se precipita a la crepitante pira en la que arde Siegfried.
Sucesivos e impetuosos leitmotivs, ya conocidos, mezcla ahora la orquesta, mientras el fuego lo consume todo y se desbordan también las aguas del poderoso Rhin. La apoteosis final muestra al codicioso Hagen que se arroja a las aguas del Rhin tras el Anillo, ahogándose en sus profundidades; así como la poderosa fortaleza de los dioses, el Walhalla, consumida ahora por las llamas, que se derrumba hasta los cimientos. Es el fin, el fin de todo…
Desde las ruinas del palacio de los gibichungos, los hombres contemplan un tenue resplandor que sube hasta el cielo, sobre las aguas que comienzan a retirarse, mientras la orquesta entona finalmente el último y más hermoso leitmotiv, el de la redención del amor…
Bellísimos y muy esclarecedores comentarios sobre este magnífico e irrepetible "musikdrama". Ha sido un placer leerlos. Muchas gracias.
ResponderEliminarOski - Arge ntina